Esperanza, víctima de los “Derechos Reproductivos”

Era el diez de mayo pasado y como de costumbre me dirigía al Hospital Materno Infantil en donde hace meses comencé a asistir para hacer mis prácticas profesionales para la Especialidad en Educación Perinatal y que ahora acudo como voluntaria. ¡El sanatorio estaba vacío! Curioso es verdad, pero a diferencia de otros días comunes y corrientes, este en especial a las 7:45 de la mañana era desierto el lugar.

A mi llegada, mi marido que hizo el favor de llevarme, me dejó en la puerta y a la par que yo, una mamá en trabajo de parto inminente me alcanzaba. La miré y le comenté que estaba a punto de dar a luz, asintiendo con la sonrisa entre adolorida y emocionada se registró, mientras yo me fui a poner mi pijama quirúrgica.

Como era de esperarse, llegó encamillada y junto con una residente la esperábamos. Nos dieron el reporte de que era expulsivo inmediato, es decir, que nada de trabajo de parto ni de confort para un parto humanizado. Entre la Dra. y yo metimos la camilla, ya que era cambio de turno y como mencioné diez de mayo. La mamá no estaba ni siquiera canalizada con ningún suero y una vez esterilizada por la ginecóloga y apapachada por mi, vimos nacer de una forma maravillosa a una bebé sana y feliz.

Al cabo de las horas, el sitio seguía desierto, dicen lo “expertos” que hay una correlación negativa con respecto a los días festivos y a los nacimientos. Es decir, los días de fiesta son “alumbrainhibidores” u “oxitoinhibidores”. Entre broma y broma, pero la verdad es que cuando las mamás está ocupadas en festivales y demás, no tienen ansiedad de “aliviarse” y llegan cuando hay que llegar al parto.

Como a eso de las once de la mañana llegó una mamá. Joven, muy joven, muy adolorida, muy delgada, aunque se le percibía el vientre abultado. Los labios resecos, gimiendo y retorciéndose del malestar. ¿El reporte? Tiene el cuello uterino borrado, 18 semanas de gestación y su bebé está por expulsarse. Todo el mundo parecía “tranquilo” dentro de esa soledad y vacío hospitalario, pero mi conciencia no me dejaba. Sé que me encontraba ahí para ayudar en el parto, no obstante era una mujer que requería una compañía y sin embargo la habían dejado sola a que su pérdida gestacional se diera para después hacerle un legrado.

Me extrañó la indiferencia del personal. ¿Será que todavía tengo la conciencia formada y me percato de la verdad? ¿Será que estaba yo exagerando? Pregunté al pediatra en turno si era posible salvar al bebé una vez que fuera expulsado y respondió lo temido: “en un hospital de gobierno no hay el equipo suficiente para lograr salvarlo, no hay nada que hacer”. Me sentía como perro en periférico, sin rumbo y con desesperación. ¿Qué hago? ¿Me acerco? ¿La dejo como todos la han dejado? ¿Me voy a comer pastel del día de las madres imitando a los demás?

Mi corazón me dijo que ¡no! y me puse a escribirle a uno de mis principales consejeros y colaboradores en Informando y Formando Organización (http://tuenlinea.mx/~wwwinformandoyfo) médico de profesión y ético como ya no hay y le comenté lo que sucedía. En lo que me respondía, me coloqué unos guantes de látex, mojé unas gasas con agua bebible y me acerqué a ella -“¿Elisa, te puedo mojar los labios? ¿Eres católica? ¿Qué te han dicho los médicos? ¿Quieres rezar conmigo?”- Mi hinqué a su lado, mientras el semblante le cambiaba, el olor que se percibía al inicio se difuminaba y su mano agarré. La conforté, mientras mi consejero por medio del chat respondió: “bautiza al bebé”- ¡Qué palabras! ¿¡Cómo no me había recordado de ese regalo que se puede dar a un ser humano en caso de gravedad!? Pensé que el Dr. Haddad me daría instrucciones médicas y no espirituales, y vaya que gran remedio me compartió.

Corrí, fui por agua que me dieron las enfermeras en un vasito, regresé con Elisa y mientras tanto los residentes me miraban extrañados. Le pregunté a la mamá sufriente, que si me permitía bautizar a su bebé. Ella accedió y entonces fue que me armé de valor y levanté la sábana que la cubría para ver si ya había expulsado a la criatura. Evidentemente el bebé ya había salido, intacto, perfecto, aun adentro de su bolsa con el líquido amniótico, acostado de lado. Parecía dormido, parecía que estaba en una bola de cristal. Se le veía la oreja, las manos, se le podían contar los dedos. Tenía cara de niña y por ello después de las tres gotas de agua, con la fórmula trinitaria la bauticé con el nombre de Esperanza.

Elisa me comentaba que no sabía la razón por la cual se había embarazado. Que en su parto anterior le habían colocado el DIU (Dispositivo Intrauterino) y que le dijeron que así no se embarazaría. Ahora su “niña” había muerto porque no había logrado cohabitar con el abortivo, y la madre el “día de las madres” había visto cómo una extraña la había mirado con ojos de amor y caridad y bautizaba a su hija moribunda, víctima del engaño del Control de Población o de los “Derechos Reproductivos” de esta época inhumana que nos ha tocado transitar.

Ahora traigo conmigo mi “maletín médico” en todo momento: Una botellita con agua bendita. Nunca se sabe cuándo se podrá necesitar.

Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.

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