De cara a las elecciones en Chile: «¿Demasiado bueno para durar?»

Da la impresión que nuestros países no supieran apreciar lo que tienen, lo cual parece acentuarse cuando ya han logrado ser satisfechas un cúmulo de necesidades precisamente gracias a lo que tienen. Dicho de otra manera: es como si superado cierto umbral de bienestar, mucha gente olvidara lo que ello ha costado y lo difícil que es mantener dicha situación y, dando casi por descontada su actual estado de cosas (y casi como si tuvieran derecho a conservarla sin más), se lanzara en pos de ideales que ponen en peligro lo alcanzado.

            Esto es lo que puede ocurrir en Chile, tal como se presentan las cosas. Ello, porque pareciera que casi todos los candidatos de la oposición a la presidencia compiten por ver cuál propone un plan de gobierno más antisistémico y reaccionario, que trastoque hasta más no poder, las reglas del juego que, si bien con falencias, han conseguido que Chile sea visto con admiración y hasta con envidia por nuestros vecinos e incluso por países lejanos.

            Dicho de otra manera: ¿para qué experimentar con otros modelos y con modificaciones de muy grueso calibre (como por ejemplo, una nueva Constitución, lo que viene a ser un cheque en blanco), siguiendo en muchos casos ideas y modelos adoptados por nuestros vecinos, que han demostrado de sobra ser un completo fracaso? A fin de cuentas, la mejor prueba de que las cosas funcionan es verlas en la práctica, y Chile claramente se encuentra en una situación de privilegio en el continente, que recuerda el sitial de preminencia que tuvo en el siglo XIX.

            Sin embargo, tal como en ese entonces, las malas decisiones echaron por tierra lo que se había conseguido con tanto esfuerzo, relegando a nuestro país a un papel absolutamente mediocre durante la mayor parte del siglo XX. Y hoy podríamos estar ad portas de un giro semejante. En efecto, si han sido la libertad y la iniciativa las principales fuerzas que han hecho progresar al país, ¿para qué queremos más Estado y un intervencionismo (en educación, en la familia, en impuestos, etc.) que da un poder inusitado a los gobernantes?

            De ahí que resulte imposible no concluir que existen sectores que no toleran que el país progrese y que se enfocan con una mirada casi enfermiza, solo en lo negativo, proponiendo reformas descomunales que amenazan con echarlo todo por tierra, tanto en lo valórico como en lo económico. Y por supuesto, todo lo que no haya salido de sus propias manos (incluyendo el modelo económico que han mantenido a su pesar) es ahora considerado el peor de los males. Parece así que ha sido demasiado bueno para durar.

            Chile se encuentra así en un momento decisivo de su historia: entre seguir con su actual modelo, si bien éste requiera ajustes, o dar un auténtico salto al vacío. Y esto no es una política del terror: es simplemente objetividad. ¿Sabremos apreciar lo que aún tenemos?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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