LAS LECCIONES DE JESÚS DESDE EL PORTAL DE BELÉN

Pienso que todos disfrutamos de esos maravillosos portales de Belén que tienen representados, además de las Sagradas figuras de Jesús, María y José; a los ángeles que rodean al Nacimiento; a los Reyes Magos (Melchor, Gaspar y Baltasar) que le ofrecen al Hijo de Dios oro, incienso y mirra; a los pastorcitos que le llevan al Niño modestos regalos; a esos animalitos del establo que le brindan su calor… Algunos otros artistas colocan a otros pastorcillos que van camino de su encuentro con Jesús; riachuelos y puentes, pequeños lagos, árboles, plantas, arbustos, personajes típicos de cada región…¡Algunos nacimientos son verdaderas obras maestras!

¿Pero, en medio de todo esto, qué lecciones nos brinda Jesús desde ese portal de Belén? Considero que algunas de ellas son:

1. Humildad, porque el Señor de todo lo Creado ha dejado de lado su gran poder y majestad para “abajarse”; para encarnarse en un Niño indefenso y necesitado de todo: de nuestro amor, atención y cuidados, confiados particularmente a la Virgen María y a San José. Y viene una primera consideración: ¡Qué gran amor ha tenido Dios hacia nosostros!

2. Quiso nacer pobre, siendo rico; era dueño y Señor de todo, pero vino a esta tierra sin nada. Para mostrarnos la importancia de estar desprendidos de los bienes de esta tierra y anhelar los bienes del Cielo. Esa fue la norma de conducta a lo largo de toda su vida: en aquel modesto taller de artesano; en ese sencillo hogar de Nazaret; en su Pasión y Muerte, donde no tuvo más sensación que tres clavos y una Cruz. Ni siquiera el sepulcro donde fue colocado, era suyo.

La pregunta es, ¿por qué todos estos “Excesos de Amor”? Porque nos quería dejar una enseñanza clara: “Nadie ama tanto, como Aquél que da su vida por sus amigos”. Él venía a salvarnos, a realizar la Redención y abrirnos las Puertas del Cielo.

Desde esos primeros llantos de Niño, nos manifestó que venía a entregarse por completo, en medio de aquella noche fría donde no había posada para Quien era el dueño del Universo entero y quiso nacer en aquel sórdido establo en las afueras de Belén.

Su misión, entonces, era y sigue siendo fundamentalmente de servicio y de mostrarnos su Infinito Amor por cada uno de nosotros. Quiso que los primeros que vinieran a conocerle y a postrarse ante Él fueran unos humildes pastorcillos. ¡Porque Jesús se encuentra muy a gusto y a sus anchas con las personas que luchan por ser sencillas, desprendidas y humildes de corazón!

3. Otro aspecto, no menos importante, es su obediencia. Hay un conocido villancico cuya letra dice que el Niño vino a la tierra “para padecer”. Si repasamos con calma los Santos Evangelios nos percatamos que Jesús, tal y como vaticinaron San Simeón y Santa Ana, sería “signo de contradicción”. Es decir, que cuando se mostró públicamente como el Mesías y realizó aquellos milagros portentosos y todos los signos que los antiguos Profestas habían profetizado con detalle, entonces sufrió ataques, calumnias e incomprensiones de los poderosos de su tiempo: del Rey Herodes, de los fariseos, saduceos, sacerdotes del Templo, de Poncio Pilatos; fue golpeado, ultrajado, apedreado, maltratado hasta el momento cumbre de la Cruz en que, como una muestra palpable de su Amor sin límites, dio su vida por nosotros. ¿Y todo ello para qué? Porque venía a cumplir y a obedecer la Santa Voluntad de su Padre-Dios. Era el designio establecido por el Altísimo desde toda la eternidad para redimir al género humano.

Se dice fácil comentar esto último, pero quienes hemos podido observar la Sábana Santa, que se conserva en Turín (Italia), manifiesta todo lo que sufrió Jesucristo por cada uno de nosotros. Y contemplamos que su cuerpo quedó completamente desfigurado y con algunos huesos fracturados.

4. Finalmente, el Hijo de Dios nos da una admirable lección de Amor. Pero es un amor con obras y de verdad. ¿Qué mejor prueba de amor que el sacrificio, que el dolor de la muerte ignominiosa e injusta de la Cruz?

Pero debemos subrayar que ese amor de Jesús es individualizado, como dice San Pablo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Es importante aclarar que el Verbo de Dios Encarnado no entregó su vida a una masa anónima, a una muchedumbre como en un gigantesco estadio de futbol, sino dio su vida por cada mujer y cada hombre de todas las épocas y momentos de la historia, desde Adán y Eva hasta el final de los tiempos.

Quizá las palabras que más nos conmuevan de Jesús en medio de su indescriptible dolor sean aquellas de: “-Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen”.

Y, luego, las de la Última Cena: “-Amaos los unos a los otros como yo os he amado” y, aquellas otras, de sus primeras palabras después de su Resurrección: “-¡Alegráos!”. Como queriendo comunicarnos, ¡que nadie esté ya triste porque así quería mi Padre-Dios! ¡Que Yo sufriera mucho para que -si cumplen mis Mandamientos- tengan un lugar en el Paraíso; y sean partípes en la Felicidad Eterna del Cielo!

Después de estas lecciones de humildad, pobreza, obediencia y amor, viene como consecuencia lógica esta pregunta: ¿Y yo qué puedo hacer para corresponder a todos estos “Excesos” de Amor de Dios?

Sin duda, la respuesta es secundar fielmente las invitaciones que el Papa Francisco nos hace para este Año Jubilar de la Misericordia: a) acudir a la Confesión con frecuencia; b) recibir al Señor en la Eucaristía; c) ganar muchas Indulgencias Plenarias; e) realizar muchas obras de misericordia materiales como espirituales en bien de los más necesitados y de quienes viven en pobreza extrema.

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