EL SANTO PADRE MOSTRÓ SER UN PAPA GUADALUPANO

Al igual que san Juan Diego, el Papa Francisco se ha sentido hondamente conmovido al visitar el Santuario Guadalupano y recordar aquellas inolvidables palabras que Santa María de Guadalupe dirigió a su hijo indígena en diciembre de 1531: “¿No estoy aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás por ventura en mi regazo?” Porque la Virgen María es la Madre de Jesús y Madre de todos los hombres y nada hemos de temer, nada nos debe turbar, pase lo que pase.

Observamos a un Romano Pontífice que confiadamente fue a decirle a la “Morenita del Tepeyac” que le duele sobremanera que tantas madres de la tierra, padres, abuelos han visto partir, perder, o incluso arrebatar la vida criminalmente a sus hijos.

“En ese amanecer de diciembre de 1531 -afirmaba el Santo Padre- se produciría el primer milagro que luego sería la memoria viva que todo este santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras”.

Con la fe de un romero, de un hijo que confía plenamente en su Madre, el Papa le abrió su corazón y le externó filialmente que le duele la dramática situacion en que se encuentran los migrantes; la injusta discriminación que sufren muchos indígenas y de aquéllos que viven en extrema pobreza; de los ancianos que de hecho padecen “la eutanasia social” y son desechados como si fueran “objetos inservibles”; de los niños discapacitados y enfermos que no encuentran quien los consuele y les brinde su cariño y afecto…

Todo eso y muchos más temas fueron objeto de la oración personal y colectiva del Santo Padre frente a la Virgen Morena, tan venerada y querida por los mexicanos, por el pueblo latinoamericano y, también, por muchos otros fieles del mundo entero.

El Papa quiso quedarse unos minutos, profundamente recogido en oración, en un diálogo íntimo con Santa María, como un hijo que va a contarle sus penas a su Madre, esos dolores que le desgarran su corazón, pero que al concluir con sus plegarias, se siente reanimado y profundamente reconfortado por su amor de Madre para continuar adelante.

Y es que la Virgen de Guadalupe ha sido la aurora de la Evangelización por todo el Continente Americano y desde el cerro del Tepeyac comenzó en todo el nuevo territorio un movimiento excepcional de conversiones, que se extendió, primero a Centro América, y luego, al resto del Nuevo Mundo y llegó incluso hasta el archipiélago de Filipinas.

“Porque la Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy, el gran signo de cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos”-comentaba san Juan Pablo II el 13-XII-1987.

La Virgen ha ido siempre por delante en la Evangelización de los pueblos. No se entiende el apostolado sin María. Se acude a Ella para que indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que recorrer para realizar la Nueva Evangelizacion. A la Guadalupana se le implora la gracia de servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero.

El Papa Francisco, también como Pastor misionero, anhela un cambio sustancial en todo el Continente Americano donde reine la paz, la concordia, la fraternidad y la comprensión. Donde se experimente y se viva la solicitud por ayudar con prontitud al hermano enfermo, al pobre, al desvalido, o al que no tiene más remedio y contra su voluntad, que abandonar a su familia, a su tierra de origen para buscar sustento en los países prósperos del Norte.

El Papa quiere que los fieles laicos de México sigamos siendo fermento en medio del mundo. Pero para que la fuerza de la levadura no se pierda, se requiere no permanecer pasivos, parados, ni “dormidos en los laureles”-como dijo gráficamente el Papa Francisco-, sino en una permanente lucha interior por corresponder con generosidad a las gracias del Cielo, que vienen siempre a través de las manos amorosas de nuestra Madre del Tepeyac, quien es nuestra Corredentora y Medianera Universal de todas las gracias. De esta manera, la semilla fructificará, la luz no se apagará, la sal no perderá su sazón y seremos esos sembradores de paz, de comprensión, de fraternidad y de optimismo cristiano, que el Santo Padre espera todos y cada uno de nosotros.

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