PROTEGER LO QUE NOS AGRADA

Como era de esperar, el proyecto de ley de aborto ha dado un paso más en el Congreso, con lo cual dentro de poco, el útero materno podría ser el lugar más peligroso para vivir, al menos en ciertas circunstancias.

En realidad, nuestra época pasará a la historia como una de las más oscuras, paradójicas y contradictorias en lo que a la protección de la vida humana se refiere. Y esto no es un mero decir ni pura retórica.

En efecto, una clara prueba de lo anterior, tal como resaltaba una columnista en Santiago, es que hasta los perros salvajes tienen más protección que los no nacidos, puesto que ante el reclamo de diversos grupos animalistas, se suspendió una propuesta que permitía cazar jaurías de estos canes en zonas rurales, ante el evidente peligro que representan. Mas parece que los que están en el seno materno no merecen tal protección.

¿Cuál es la razón de esta aparente paradoja? Muy simple: hacer depender lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto e incluso lo real y lo irreal, no de lo que las cosas son (como la dignidad humana), sino de lo que a algunos agrada o desagrada.

Es decir, para muchos, el centro de gravedad de lo valioso se ha trasladado desde la objetividad de las cosas mismas a la subjetividad de lo que se siente respecto de ellas, parámetro no solo espantosamente antojadizo, sino además, tremendamente cambiante y hasta imprevisible.

Es por eso que basta que un grupo, no necesariamente el mayoritario, ejerza presión, haga lobby e incluso amenace a quienes piensan distinto, para que el objeto de “su” predilección u odio sea protegido o aniquilado según sus deseos. Lo anterior explica que en atención a que muchos vean hoy al no nacido como una molestia, como algo (ni siquiera alguien) no deseado, se hayan movido montañas a nivel mundial para hacer del aborto un “derecho” casi universal, del mismo modo que la esclavitud fue considerada legítima durante tantos y tantos siglos. Y la razón es la misma: el subjetivismo del poderoso. Da igual que se comience a legitimar el aborto con determinadas excusas, pues sería lo mismo que condenar a la esclavitud solo por ciertos delitos.

El problema como resulta obvio y que pese a su palmaria evidencia, tantos no pueden, no quieren o no reconocen ver, es que si todo depende del “estado de ánimo” de algunos, tarde o temprano se buscarán e incluso impondrán los medios para deshacerse de otros que también molestan (dementes, ancianos, desvalidos, enemigos) o al mismo tiempo, se hará lo imposible por proteger lo que sea (animales, plantas, minerales, etc.), pero sólo mientras ello no incomode a estos caprichosos protectores.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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