Una cultura por otra

La reciente elección del primer alcalde musulmán de Londres constituye tal vez el hecho más notorio que revela que grandes cambios se están produciendo en el Viejo Continente, fundamentalmente por la mutación que ha sufrido y seguirá sufriendo su población.

Debe advertirse que en la presente reflexión no existe ningún elemento racista ni nada que se le parezca; tampoco es una crítica a los musulmanes ni pretende descalificar a nadie. Simplemente nos interesa resaltar cómo una sociedad cualquiera se puede ir convirtiendo paulatinamente en otra, en razón de la evolución que experimente el origen de sus habitantes.

De esta manera, es bastante lógico que un continente cuya natalidad se encuentra ya hace años en caída libre y al cual llegan cada día más inmigrantes, sufra un cambio radical, al punto que más tarde o más temprano dejará de ser lo que era. Pero este fenómeno se debe más al primer factor que al segundo. Es por eso que da igual de dónde vengan o qué piensen los inmigrantes que en el fondo, van sustituyendo a esos niños que faltan, aunque ya se hayan incorporado plenamente como ciudadanos del país que los acoge, como por lo demás debe ser y prueba la elección en comento.

De esta manera, se estima que a mediados del presente siglo, la fisonomía de Europa será muy distinta de la tradicional, con países en que sus poblaciones autóctonas serán minoría. Y puesto que las sociedades están compuestas por las personas que las forman, se tratará en el fondo, de otras sociedades.

En consecuencia, el alma de estos países está cambiando, y lo mismo ocurrirá con sus intereses y su actuación en el plano internacional, aunque se sigan llamando del mismo modo y sus símbolos patrios no se alteren.

Todo esto indica que se producirán grandes mutaciones geopolíticas en la segunda mitad de este siglo, tanto por la sustitución poblacional que sufrirán varios países, como por la drástica disminución de habitantes que habrá en otros. De ahí que la principal riqueza de un país sea precisamente su población, el factor humano, pues a fin de cuentas, todo lo demás depende de esto.

Lo anterior es evidente, pero tal como se ha comportado Occidente en los últimos 60 años, resulta claro que esta verdad tan elemental se ha olvidado y ha sido sustituida por ideales como el crecimiento económico, el confort o el individualismo.

El problema es que llega un momento en que esta transición poblacional se hace inevitable, incluso si la natalidad autóctona creciera exponencialmente. La gran pregunta es, por tanto, si la cultura europea ya está viviendo sus últimos estertores y será sustituida por una predominante o fuertemente musulmana.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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