#Chile Repensarnos como país.

Los macabros hechos que casi día a día se amontonan en relación a las más de 1300 muertes de menores vinculados al Sename, son un contundente balde de agua fría que nos debe llevar a reflexionar profundamente sobre nuestro país.

En efecto, es absolutamente inaceptable que el Estado haya fallado, y de esta manera, en la protección de los más débiles, niños y adolescentes, cuando su deber es hacer lo posible por auxiliarlos cuando la institución familiar falla.

Pero además, también es impresentable la situación en que han tenido que vivir muchos de estos jóvenes, en una auténtica tierra de nadie, en que ha primado la ley del más fuerte y donde algunas aseveraciones de lo que ocurría al interior de estos “hogares” parecen sacadas de películas de terror.

Tenemos que reaccionar. Ello, porque nada sacamos con mostrar un notable crecimiento económico o una infraestructura de país desarrollado, si bajo esta apariencia de bienestar y progreso, varios jóvenes en extrema vulnerabilidad han tenido que vivir –y morir– en un auténtico infierno.

Lo anterior también quiere decir no solo que el Estado está siendo tremendamente ineficiente en la utilización de los recursos destinados a su cuidado, sino que de manera más global, que los costos de la “administración” de estos fondos (si es que no existe corrupción, lo que está por verse) es desastrosa, pues las investigaciones parecen mostrar que buena parte de ellos se están perdiendo en el camino y no han llegado a quienes fueron destinados.

Pero además, este hecho también indica que la preocupación y esfuerzo fundamentales del mundo político, aquello en que más energía y recursos han invertido pareciera estar determinado no por las necesidades reales o más urgentes del país, sino por la presión de los grupos interesados más organizados, que con su actuar y amenazas, terminan por echar fuera del camino a tantos y tantas que tienen necesidades y también derechos mucho más importantes que los suyos. En consecuencia, algo está funcionando muy mal en nuestro país si no fuimos capaces de darnos cuenta o, peor aún, habiéndolo hecho, de tomar medidas hace muchos años para evitar esta tragedia.

Finalmente y de manera más profunda, los esfuerzos del Estado debieran apuntar a fortalecer a la familia, no a debilitarla, como se ha hecho hasta el cansancio. Ello, porque aunque moleste a varios ideólogos, la familia natural es irreemplazable, y por mucho esfuerzo y recursos que se destinen para paliar su ausencia o debilidad, los resultados finales nunca lograrán sustituirla.

De esta manera, ¿seguiremos impávidos ante esta situación y otras semejantes?; y ¿quién sabe cuántas situaciones dantescas más quedan por descubrir?

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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