Que lo haga el Estado, no yo

Hace poco escuchaba un debate en el cual se discutía acerca de la escasez de médicos en el sector público de salud, lo que contrastaba notoriamente con la cantidad proporcional de galenos dedicados al sector privado, criticando duramente al “mercado” como el principal responsable y llamando a las autoridades a poner manos en el asunto, a fin que, como es natural y deseable, todos los ciudadanos puedan tener acceso a prestaciones de salud.

Sin embargo, y a pesar de estar de acuerdo con el problema, no dejó de llamarme la atención el modo de plantear las cosas, modo que por lo demás, resulta bastante común para criticar prácticamente todos los problemas de nuestra sociedad en que se perciben a veces groseras diferencias de trato motivadas por el tan denostado lucro.

En efecto: estamos en una época en que casi todo el mundo se queja de la falta de solidaridad que se percibe prácticamente en todos los rubros de la actividad humana, lo que afecta también a aquellas labores que por su importancia, debieran tener una clara vocación de servicio público. De esta manera, se critica ácidamente a todos quienes se considera que se han “vendido” al mercado y han dejado de ejercer su actividad de una manera más “solidaria”. Y por supuesto, debe ser el Estado quien corrija esta situación, incentivando o desincentivando ciertas conductas o labores mediante leyes, subsidios o impuestos, como si con eso bastara para arreglar las cosas.

Sin embargo, lo claramente contradictorio con este discurso, es que muchos de los que se quejan de esta situación, no estarían dispuestos a ganar menos, dedicando parte de su labor a esta misma actividad solidaria que tanto echan en falta. Es decir, se da la paradoja que existen varios que protestan contra situaciones que muchas veces son claramente injustas y producidas por el egoísmo o la falta de solidaridad, pero que no están dispuestas a mover un dedo para al menos intentar corregirlas.

Incluso no faltan quienes quieren e incluso se sienten con derecho a “pechar” del Estado para satisfacer algunas de sus necesidades, pero no están dispuestos a devolver la mano en caso de poder hacerlo, a fin que otros también se beneficien de esta “solidaridad” que a ellos mismos tanto ayudó. Así por ejemplo, ¿cuántos estudiantes universitarios que se benefician de la gratuidad estarían dispuestos en el futuro a realizar un trabajo pro bono a favor de los más necesitados?

Dicho de otro modo: nos quejamos mucho del egoísmo y la falta de solidaridad de nuestras sociedades, pero casi todo el mundo quiere sacar el máximo provecho a partir de lo que hace y llevarse la tajada más grande posible en beneficio propio, olvidándose de los demás. O si se prefiere, muchos se quejan del lucro que puedan obtener otros, pero no del suyo propio.

En consecuencia, parece bastante difícil, por no decir casi imposible, que ante un marcado y creciente individualismo, que lleva a la mayoría a ponerse siempre a sí mismos en primer lugar, se pretenda que sea “el Estado” quien solucione las situaciones objetivamente injustas como por arte de magia, pues como dice el refrán, “la caridad comienza por casa”.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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