#Chile Aborto y “postverdad”

El reciente fallo del Tribunal Constitucional que aprobó en todas sus partes el proyecto de ley para despenalizar el aborto –salvo en algunos aspectos aún no conocidos relacionados con la objeción de conciencia–, muestra muy a las claras cómo nos encontramos de lleno en la época de la así llamada “postverdad”, que no es más que una de las muchas manifestaciones del subjetivismo total que nos invade y que cierra los ojos ante la realidad más palmaria.

En efecto, al margen de la mayor o menor protección que nuestro texto constitucional otorgue al no nacido y más allá de las razones que se esgriman para permitir el aborto, la postverdad se manifiesta a sus anchas al no querer reconocer la realidad primordial de todo este asunto: la naturaleza humana del no nacido, que lo hace exactamente igual a nosotros, salvo por elementos accidentales (tamaño, desarrollo, dependencia, etc.) que en nada justifican considerarlo un ser de segunda categoría o incluso, un no-ser.

Dicho de otra manera: la postverdad ha invisibilizado al no nacido a sabiendas, pues con los actuales avances científicos, es imposible no darse cuenta de su calidad de ser humano, pues como nunca, hemos podido adentrarnos en su maravilloso desarrollo intrauterino. Pero la postverdad manda cerrar los ojos y considerar importante no la realidad en sí, sino lo que se quiere hacer a su respecto, sin importar si se la respeta o no. En suma, es el triunfo de la voluntad, del querer, sobre la razón que aprecia las cosas tal como son, fruto de lo cual se la deforma para que coincida con lo que algunos quieren que ella sea.

De esta manera, vastos sectores buscan emanciparse de la propia realidad, de su misma realidad personal e incluso corpórea, pensando que tener que reconocer una realidad que no depende de nuestros deseos nos quita libertad. No se dan cuenta –o en muchos casos, no quieren hacerlo– que desconocer la propia realidad nunca acrecentará la libertad, sino todo lo contrario, al vernos expuestos a las consecuencias lógicas por no respetarla –igual que como ocurre con la ecología–, aunque por algún tiempo se las pueda ocultar o mejor, ignorar, tal como se echa tierra debajo de una alfombra.

Sin embargo, este movimiento emancipador, no digamos sólo de un Dios creador, sino que –para los no creyentes– de un orden de la naturaleza, de una lógica del mundo que habitamos y que no hemos hecho nosotros, no acaba aquí. Ello, pues como hemos dicho en otras oportunidades, existe todo un movimiento emancipador de la realidad en marcha, con muchos frentes, que no descansa con tal de conseguir su “emancipación” a como dé lugar, por las buenas o por las malas, pues aquí el fin justifica los medios.

Y obviamente, la moneda de cambio, la divisa que permite avanzar es la imposición de los fuertes sobre los débiles, como en el presente caso, en que a menos que alguien oficiosamente defienda a los no nacidos, están inermes para protegerse. Pero como el poder es expansivo, no pasará mucho tiempo para que busque volver a avanzar, pues la única lógica que comprende es la del propio poder, en este caso, de un poder más fuerte que él mismo.

Un gran réquiem, pues, por estas nuevas víctimas –auténticos mártires de nuestro tiempo– de la postverdad.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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