Solidaridad momentánea

Luis-Fernando Valdés

      Después de las grandes muestras de apoyo humanitario por los recientes cataclismos, la solidaridad tenderá a disminuir. ¿Qué necesitamos para que la solidaridad sea, de modo constante, parte de nuestra vida diaria?

            1. Una necesidad actual. Las sismos y huracanes de México y el Caribe nos han mostrado el rostro de la solidaridad, pues observamos a millares de personas dando su tiempo y compartiendo sus bienes, para rescatar y ayudar a las víctimas. Sin embargo, esos momentos especiales no hacen que desaparezca la realidad de la crisis social contemporánea, llena de dificultades económicas, financieras y laborales.

             Además, la política, la democracia y la participación ciudadana no viven su mejor momento, y tampoco han sido capaces de solucionar la migración forzada, el tráfico de personas, las hambrunas y las guerras. Por eso, la solidaridad realmente está lejos de ser un elemento central de nuestra civilización.

        2. Un aniversario importante. En este año se cumplieron 50 años de la encíclica “Populorum Progressio” (1967) de Pablo VI, quien se adelantaba a su tiempo pues proponía un modelo de ética social para un mundo que estaba a punto de convertirse –en palabras de Marshall McLuhan– en una “aldea global”. Ese documento proponía una renovada formulación del principio de interdependencia planetaria y del destino común de todos los pueblos de la Tierra.

        Para continuar el impulso de esta encíclica profética, la Congregación para la Educación Católica acaba de publicar un documento titulado “Educar en el humanismo solidario” (22 sept. 2017), que ofrece un programa “al servicio de un nuevo humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta a dialogar y a trabajar para la realización del bien común” (n. 7).

      3. ¿Por qué hay que educar hoy en la solidaridad? Como señala el documento, resulta paradójico que el hombre contemporáneo “haya alcanzado metas importantes” en el conocimiento de la naturaleza, la ciencia y la técnica, pero, a la vez, carezca de una “programación para una convivencia pública adecuada, que haga posible una existencia aceptable y digna para cada uno y para todos” (cfr. n. 6).

            Y, si añadimos el amplio panorama de injusticias sociales, vemos que es necesario un modelo educativo que no sólo desarrolle habilidades intelectuales y físicas, sino que permita que el “humanismo solidario” se arraigue en el modo de ver la vida y de actuar de toda una sociedad, que hoy está marcada por el individualismo.

     4. ¿En qué consiste el humanismo solidario? En la presentación del documento, Mons. Angelo Vincenzo Zani, secretario de esa Congregación vaticana expuso los resultados que buscan obtener. El primero es la “inclusión”, que permita a cada ciudadano –y no sólo a algunos¬– se sienta partícipe activo en la construcción de la nueva cultura solidaria.

            El segundo es conseguir una “ética inter-generacional”, es decir que la generación actual comprenda que “construir el bien común, que no sólo involucra a los contemporáneos”, sino también a los ciudadanos de las futuras generaciones. Y el tercero consiste en proponer a las universidades que añadan a su función de enseñanza e investigación, la dimensión de la apertura a la sociedad y a sus problemáticas.

     Epílogo. Es maravilloso que prácticamente todos seamos solidarios en los momentos de catástrofes naturales, pero también deberíamos serlo ante las imperceptibles crisis sociales, económicas y morales.

       Necesitamos pasar de la “solidaridad de emergencia” a la “cultura de la solidaridad”. Pero este cambio sólo vendrá si hay un cambio de modelo educativo basado en el “humanismo solidario”, que forje una nueva mentalidad, ya que “las formas de pensar influyen en las formas de actuar” (Francisco).

 

@FeyRazon    lfvaldes@gmail.com
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