Como si fueran algo evidente

Resulta muy llamativo que varios defensores de los derechos humanos a nivel global, planteen las exigencias que plantea a su respecto del Derecho Internacional (esto es, cuáles derechos debieran ser respetados por todo país que se pretenda legítimo), como algo evidente, que casi no requiriere explicación, criticando duramente a quienes no los “vean” de manera tan clara.

En efecto, como se ha dicho muchas veces, actualmente nos encontramos en sociedades profundamente fragmentadas en cuanto a lo que se considera bueno o malo, al punto que se ha hablado de un “politeísmo valórico” a este respecto. Asunto grave, a decir verdad, no sólo por generar un cúmulo de conflictos al interior de las mismas, sino también porque atenta contra la cohesión de un espíritu común que dé fuerza a su ideario como grupo.

Así entonces, ante este panorama innegable de dispersión moral, resulta al menos llamativo que varios estudiosos del Derecho Internacional vean en este ámbito algo así como un remanso de objetividad, manifestada en ciertos “derechos humanos” que se postulan casi como evidentes y que nadie en su sano juicio podría desconocer sin ser considerados tonto en el mejor de los casos, o en el peor, malvado.

Pero además, debe recordarse que para la mentalidad dominante, los derechos humanos no son una realidad a descubrir (una especie de ley natural), sino, como se señala insistentemente, un dato a crear o fabricar de acuerdo a nuestros intereses. Ello, pues siendo el principio fundamental del Derecho Internacional el llamado “pacta sunt servanda” (esto es, “lo pactado obliga”), los actuales derechos humanos son convencionales y por tanto, fruto de los acuerdos a los que lleguen los Estados al suscribir soberanamente los tratados que los consagran.

Por tanto, si el origen de estos derechos es consensual y no natural, difícilmente pueden ser entendidos como algo “evidente”, pues si realmente lo fueran, no sería necesario ponerse de acuerdo a su respecto, sino de forma aunada, ir descubriéndolos con el correr del tiempo. En consecuencia, como son algo construido y en buena medida dependiente del querer de quienes los acuerdan, su carácter evidente y objetivo se hace imposible, pues en el fondo, dependen de una opinión, por muy mayoritaria que pudiera ser ésta eventualmente.

Pero además de lo anterior, tal vez lo que atenta de manera más grave contra esta supuesta “evidencia” sea la dúctil interpretación que de estos tratados hacen algunos tribunales y organismos internacionales (como ocurre por ejemplo en nuestra región con la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos), quienes mediante dicha exégesis, se han alejado a veces bastante del tenor literal e incluso del espíritu de estos tratados previamente consensuados por los Estados. Con lo cual, al ser dicha interpretación en buena medida imprevisible, este carácter “evidente” de los actuales “derechos humanos” se hace absolutamente quimérico.

Por tanto, hay que andarse con más cuidado al momento de hablar de este tema, porque por mucho prestigio que tenga el rótulo “derechos humanos”, bajo su aparente solidez se esconde no sólo un contenido pantanoso, sino también bastante imprevisible, muy lejos de la objetividad y evidencia con que suelen ser presentados por sus defensores.

 

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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