TENER LA VALENTÍA DE CONFESAR ABIERTAMENTE LA FE

En la pasada Semana Santa, asistí a la Vigilia Pascual en una conocida iglesia y –para mi sorpresa- dos bancas más adelante se encontraban participando en la Santa Misa, el Presidente de la República, Felipe Calderón,  la Primera Dama, Margarita Zavala y toda su familia.

Fui testigo de que no asistió ningún medio de comunicación para dar difusión a este hecho. Quedaba de modo patente  que ellos asistían, con plena libertad, a un acto religioso íntimo y familiar.

Se comportaron con toda naturalidad durante el Santo Sacrificio del Altar. Al momento de dar la paz, lo hicieron con las personas que se encontraban a su alrededor. Luego se levantaron para recibir al Señor en la Eucaristía.

Al término de la Misa, Margarita Zavala –en su camino de salida- saludó a personas conocidas y desconocidas. Un amigo mío, en silla de ruedas, al que lo acompañaba su enfermero y muchos otros fieles más, recibieron una sonrisa y un afectuoso saludo de la Primera Dama con toda espontaneidad y naturalidad.

Pensé para mis adentros: ¡Qué extraordinaria sencillez tiene la esposa del Presidente! Además de ser una persona inteligente, buena esposa y responsable madre de familia,  me preguntaba: ¿los mexicanos nos habremos percatado a fondo de toda su valía como mujer y como católica?

Ya me habían dicho que el Presidente y su familia de ordinario asisten a la Santa Misa los domingos y a los Oficios de la Semana Mayor en diversas iglesias del Poniente de la ciudad, pero hasta ahora no había  coincidido con ellos.

Me vino a la memoria, por contraste, el recuerdo de que el Presidente Calderón ha sufrido en carne viva numerosas calumnias contra su persona. Por ejemplo, al principio de su Mandato, se decía que era agnóstico y que había perdido la fe cuando era joven. También se ha comentado que está vinculado a grupos protestantes. De la misma forma, se ha difundido el falso rumor que es un bebedor compulsivo y que -desde el medio día- laboralmente ya no se puede contar con él.

Sería interesante investigar de dónde proceden todos esos infundios para desprestigiar su imagen presidencial. Porque observo que esos ataques son constantes y sistemáticos.

Lo cierto es que, en repetidas ocasiones, Felipe Calderón ha declarado abiertamente que es un católico practicante. Hace mención de Dios en sus discursos y sabe convivir amigablemente con el Nuncio Apostólico, así como con los cardenales y obispos.

Considero que la gran mayoría de los mexicanos estamos sumamente agradecidos acerca de la manera tan amable y cordial con que el Presidente y su esposa recibieron y trataron al Papa Benedicto XVI durante su estancia en México.

Lo mismo podemos decir de las autoridades eclesiásticas y del esfuerzo organizativo del –en ese entonces- gobernador de Guanajuato y su equipo de colaboradores, de diversos funcionarios de la Secretaría de Gobernación, del Estado Mayor Presidencial… porque en los días que el Santo Padre estuvo en nuestro país, todo transcurrió sin mayores incidentes.

Por asociación de ideas, recuerdo que cuando el Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy y su esposa Jacqueline visitaron nuestra nación -siendo Presidente de México, Adolfo López Mateos-, para darles la bienvenida desfilaron en un elegante coche descubierto por las principales avenidas de la  capital.

Fueron largamente ovacionados  en las calles pues era una pareja carismática y muy querida por los mexicanos.

Al final del trayecto, el Presidente Kennedy y su esposa, como católicos practicantes, quisieron visitar el Santuario de la Virgen de Guadalupe para rezar ante la Morenita del Tepeyac.

A la vuelta de casi cincuenta años, todavía conservo en mi mente una imagen de un documental, que se me quedó hondamente grabada: el Presidente López Mateos los acompañó en el coche descubierto hasta la puerta del Santuario Mariano. Pero mientras Kennedy y Jacqueline pasaron a la Basílica, el Mandatario no quiso entrar sino que permaneció de pie en el automóvil, esperando por un largo rato y bajo los intensos rayos de sol.

Siempre me he preguntado, ¿no hubiera sido más apropiado darles alguna explicación a los ilustres personajes? Algo así como:

-Miren ustedes, yo no soy creyente, pero con gusto los acompaño a visitar este Santuario de la Virgen María, tan querido y venerado por mi pueblo durante siglos.

Y eso ha ocurrido anteriormente con muchos otros Presidentes de México, gobernadores, legisladores y autoridades civiles porque –para algunos funcionarios públicos, no todos- se supone que entrar públicamente a una iglesia es “políticamente incorrecto”.

Pienso que más que una cuestión de política, es un problema de congruencia personal. Si por ejemplo, alguien nos hace una pregunta sobre nuestros familiares, ¿podemos acaso negar quienes son nuestros padres, hermanos o parientes? Luego entonces, ¿no es lógico que con mayor razón sepamos  reconocer y manifestar abiertamente que creemos y amamos  a  nuestro Padre-Dios que está en los Cielos y es el autor de nuestra vida y de todo lo creado, en cualquier lugar dónde nos
encontremos: en el trabajo, en la universidad, en las reuniones sociales, en la actuación pública como ciudadanos…?

Con cierta frecuencia he escuchado que algunos mexicanos llevan como insertados en el cerebro una especie de “chip liberal” que les impide externar libremente su fe.

Otros reclaman y sostienen –injustamente y atentando contra la libertad religiosa- que las creencias  no deben de salir más allá del ámbito familiar o del reducido espacio de un templo. ¡Qué absurdo!

Recientemente me comentaba un amigo centroamericano:

-Admiro mucho el progreso económico y cultural de México. Pero hay cosas que sencillamente no me explico. ¿Cómo es posible que algunos se avergüencen de externar sus creencias religiosas y tengan tantos temores de hacerlo? ¡Parecería que viven demasiado anclados en viejos prejuicios de siglos pasados!

Me parece que tiene toda la razón. Este comentario me hizo recordar las contundentes palabras de Jesucristo que ha dicho a este respecto en los Evangelios: “Porque si alguien se avergüenza de mí y de  mis palabras (…), el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles” (Marcos 8,38).

Y el Papa Benedicto XVI, en su reciente visita a México, externó su deseo de ayudar a muchos católicos de nuestro país para que superen “una cierta esquizofrenia entre la moral individual y la moral pública; entre la vida privada y la pública” (23-III-12).

Podemos concluir, que hay que echar fuera de nosotros cualquier tipo de complejos sobre esta materia. La razón se fundamenta en que cuando se posee el tesoro de la fe, lo lógico es que la comuniquemos y transmitamos esa gran alegría a nuestro alrededor con total transparencia y naturalidad.

Porque el que practica su religión católica tiene una  valiosa y poderosa razón para vivir y un sentido profundo y trascendente en su existencia. De allí la importancia de ser cristianos al cien por ciento, de tiempo completo. Y  no vivir  dentro de esa especie de “esquizofrenia espiritual”, con tintes retrógrados, que nos hacen recordar más bien las pelucas empolvadas de la Ilustración francesa.

 

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