Un constante espejismo

Mientras el mundo progre nos distrae con unos “derechos humanos” cada vez más estrambóticos (para minorías de todo tipo o animales, por ejemplo), que amenazan con convertir a sus beneficiarios en algo así como una nueva aristocracia henchida de privilegios, la marcha del mundo real, tozudamente ignorada, sigue su avance de manera inexorable. Y es que por muchos adornos que se generen, por mucha negación que se propague, por mucha ridiculización a la que se la someta, la realidad es realidad, y como tal, inevitable.

            De este modo, junto a estos “derechos humanos” –que dicho sea de paso, le otorgan cada vez más atribuciones al Estado para meterse en todo–, catapultados y publicitados cual fuegos artificiales, existen vastos sectores, crecientemente ignorados, que han ido quedando más y más postergados, pese a que su sufrimiento, causado por la existencia de problemas mucho más acuciantes, a veces graves, es un grito al cielo que clama atención y justicia.

            Dentro del cúmulo de estos problemas graves y urgentes, uno de los más evadidos es el de la soledad, creciente pandemia que amenaza con ser más dañina que otros asuntos delicados de salud pública como la obesidad, por ejemplo. La soledad de millones de personas, también aquí en Chile, amenaza con provocar un cúmulo de males, desde depresiones a accidentes domésticos e incluso suicidios. No por nada la tasa de suicidios de adultos mayores en Chile supera ampliamente el promedio de este mal.

            La soledad no solo afecta a muchos adultos mayores: es una pandemia que contagia igualmente a gente madura y joven, siendo sus causas múltiples y difíciles de combatir. Desde un malsano individualismo, que ve a los demás como enemigos o como obstáculos que impiden la autorrealización personal, pasando por la creciente estigmatización de los compromisos, que ha puesto a la familia en crisis; o desde la ya patológica adicción a las redes sociales hasta un consumismo incontrolado, todo esto y varios otros factores están convirtiéndonos en extraños entre nosotros, en seres-isla que intentan llevar una existencia que muy bien puede tornarse insoportable.

            Pero el problema no acaba ahí: esta tozuda realidad que se niega a desaparecer y que es imposible esquivar –al menos por mucho tiempo–, muestra que desde las dificultades de salud pública, se pasa rápidamente a problemas que afectan a la continuidad entera, a los propios Estados, esos mismos Estados que hoy se afanan febrilmente por generar, promover e imponer si fuese necesario estos “nuevos derechos”. Porque a fin de cuentas, las sociedades están constituidas por personas, y la situación de estas últimas afectará a las primeras inevitablemente. Es por eso que este siglo será testigo de cambios increíbles en la geopolítica y en los equilibrios internacionales, al punto que puede decirse sin temor a equivocarse, que la realidad superará ampliamente a la ficción.

            Por tanto, estaría bueno que estas masas constantemente postergadas, reaccionen de manera más enérgica ante este abuso y desidia de los actuales “derechos humanos”, a fin que los escasos recursos que tenemos se dediquen a lo verdaderamente importante y podamos liberarnos de este constante espejismo que ellos han creado e intentado imponer. De hecho, el giro que se está dando en varias partes del mundo hacia posturas más conservadoras parece ser una calara manifestación en tal sentido.

 

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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