España y la exigencia de disculpas ridículas

“Un político tal vez no sea capaz de pensar cualquier estupidez, pero siempre es capaz de decirla” (Nicolás Gómez Dávila)

En recientes días el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador pidió disculpas al Rey de España por los “atropellos” cometidos durante la conquista, ocurrida hace  500 años. Su homologo, el presidente Nicolás Maduro ya había hecho lo mismo en el año 2017, solicitando, incluso, una indemnización histórica a los pueblos indígenas. A imitación, una mezquita en Sevilla pidió al rey de España que se disculpe por la reconquista de Granada realizada en 1492.

Las críticas hacia nuestro presidente fueron muchas y muy variadas. La situación generó polémica. Varios políticos, escritores, comunicadores y programas de televisión de aquel país externaron su evidente inconformidad ante una falacia. Huelga decir que las falacias, por lo regular vendrán de aquellos que odian no solo el mestizaje, sino particularmente, cuando la grandeza histórica de un país está ligada a su identidad católica.

Así que, mi pregunta es:

¿De qué se admira España por la exigencia falaz del presidente mexicano? Hay miles de españoles avergonzados de su pasado, avergonzados de sus raíces cristianas, avergonzados de la grandeza de su patria. Hay miles que buscan con afán la división. Hay miles que se enorgullecen de la II República donde se persiguió a la Iglesia Católica y buscan instaurar una III República. Resulta obvio, ante ello, que el extranjero, el musulmán, el judío, el masón, el indigenista, el sectario cristiano, el comunista, la izquierda, la derecha, el feminismo radical y el ignorante en general, se envalentonen exigiendo disculpas e indemnizaciones, si todos ellos encuentran una España que sangra y se divide cada día, avergonzada de sus raíces cristianas, de su identidad católica y de su grandeza militar y cultural.

Cosas de la vida, tengo como fondo de pantalla con “La rendición de Granada” cuadro del pintor español Francisco Pradilla y Ortiz, que representa el momento en que Boabdil, rindió la ciudad de Granada en el año de 1492 y entregó las llaves de ésta a los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Me fue inculcado un respeto y amor profundo por España, que ni los peores años de rebeldía y estupidez lograrían arrancar. En casa, siempre escuchamos sobre la grandeza de España, de sus reyes católicos, de su cultura, su arte, su larga historia de heroísmo y evangelización, la madre patria ni más ni menos. Imposible no amar España, cuando me dio lo mejor que tengo en la vida: mi fe católica.

Siempre habrá ignorantes y sembradores de odio, que, disfrazados de presidentes y de dirigentes de “religiones de paz” ataquen a una nación que durante siglos fue el referente máximo de luz, civilización y fe católica en el orbe. Le corresponde a España volver a su grandeza, porque España es una o no es España.

Habrá que recordarle al ateo y masón español, pero muy particularmente al católico español ignorante de su pasado, lo que Marcelino Menéndez Pelayo afirmaba:

«España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas.»

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