El consumismo compulsivo o “El Laberinto de los Espejos”

Me parece que todos hemos sido testigos de verdaderas tragedias cuando el consumismo hace sus estragos en personas jóvenes. Desde la preparatoria o de la carrera universitaria están exigiendo a sus padres: tener ropa de marca, relojes finos, ipads, coche y dinero abundante para “no aburrirse” los fines de semana.

Cuando el joven, al que todo se le ha concedido en el hogar paterno, llega a trabajar a una empresa, inmediatamente, comienza a compararse con los demás y así lo comenta con sus padres: ¿por qué fulano de tal tiene un “Audi” y yo un modesto “Tsuru”? ¿Por qué aquel colega de la universidad gana mucho más dinero que yo? ¿Cómo es posible que mi primo ya haya comprado un departamento propio y yo no? ¿Por qué mi amigo de la infancia tiene un mejor puesto en el mismo corporativo en que yo trabajo, si me considero mucho más inteligente que él?

Algunas veces lo padres le compran un mejor coche. Pero al observar que esas ayudas son limitadas, comienzan a desbocarse por dos vertientes: 1) “la adicción al trabajo” que invierte el doble de horas que el tiempo normal de sus colegas para ganar más dinero y conseguir notoriedad cara a sus directivos con la esperanza de que -en el corto o mediano plazo- consiga un mejor puesto en el escalafón de la empresa; 2) o bien, al que se le hace “muy fácil” comenzar a endeudarse pidiendo prestado a bancos, familiares, parientes, amigos y “a quien se deje” para comprarse un buen departamento y en una colonia residencial; tener  un coche deportivo del año; vestir con ropa elegante; usar “lo último” en cuanto a lo cibernético (lap tops, celular y demás gadgets, etc.); salir con una “niña” guapa y adinerada para casarse pronto y pensando en que esta unión pragmática “ le ayude a pagar sus deudas”, gracias a su rico y bondadoso suegro…

De pronto viene el detonador de crisis, cuando se descubre que “el  adicto al trabajo” consumía metanfetaminas para poder llevar ese enajenante ritmo de trabajo y, luego, el organismo pasa su factura y a “aquel joven promesa y aparentemente exitoso” lo tienen que internar en una clínica para ayudarle con terapias psiquiátricas y a desintoxicarle de esa droga estimulante del sistema nervioso.

El segundo caso, queda rápidamente en evidencia, cuando los bancos “se le van encima” contra sus propiedades y bienes inmuebles y muebles; o comienza a recibir demandas legales por no pagar en efectivo a los compromisos adquiridos de “sus queridos parientes y ‘cuates’ de toda la vida”; la mujer lo abandona al percatarse de la farsa de matrimonio que montó, de un modo artificial y con fines meramente mercantilistas, al margen de los verdaderos fines conyugales: amar fielmente a la esposa y fundar una familia.

¿Ante qué fenómeno social estamos? Ante un egocentrismo desfasado, un narcisismo en el que el protagonista es siempre él joven profesional, que pasando por encima de los demás, propiamente no tiene amigos sino “peldaños” para escalar puestos de trabajo, o “posiciones de conveniencia” en la sociedad.

Esas pobres personas se enferman y sufren por su afán protagónico y por adquirir bienes de modo compulsivo y que no corresponden a sus verdaderas necesidades materiales. Se encuentran como en “un laberinto de espejos”, siempre mirándose a sí mismos, y preguntándose, ¿qué más me hace falta para impresionar a los demás?

Hasta que en el sillón de un psiquiatra, aquel joven comienza a escuchar cuestionamientos claros y sabios de un especialista, que le plantea: -Si usted es inteligente, trabajador y goza de una buena salud, ¿por qué tiene la obsesión de estar comparándose de forma permanente con los demás?; -El hecho de tener más bienes materiales, ¿le  proporciona a usted mayor felicidad?;     -¿Por qué tiende a crearse un mundo ficticio que usted minuciosamente proyecta, como si fuera real, pero que los demás se dan perfecta cuenta y se burlan de su vana fatuidad?; -¿Se da usted cuenta que con lo que tiene (por ejemplo, su familia (esposa e hijos), sus propias cualidades, sus amistades verdaderas, su mediana capacidad de trabajo…) podría ser inmensamente feliz?

Y desde allí arranca todo un itinerario de “caer en la cuenta” de temas obvios. Porque se percata que en su casa nunca se le hicieron  ver sus errores por temor a  contrariarle y a que reaccionara violentamente; sus amigas y amigos, tampoco, porque era una “vinculación interesada” ya que  “él siempre se ponía ‘espléndido’ y pagaba las bebidas,   las comidas en restaurantes lujosos, etc.” y así en tantas cosas más.

Es justo el momento de volver a recomenzar, a reiniciar el camino de su vida, con esa amarga experiencia acumulada. “El Laberinto de los Espejos” no es sólo una imagen retórica sino una triste realidad a la que nos enfrentamos cotidianamente en muchos jóvenes de nuestro tiempo que quieren lanzarse a tener “un éxito meteórico”. Corresponde a los padres, educadores y a los mismos amigos, el hacerles ver, a tiempo, que el salirse de su propia realidad tiene costos altísimos y produce, en todos los aspectos, serios trastornos en la personalidad humana.

Deja una respuesta