Encuentro y Desencuentro

<<A mi no me preocupa “el qué dirán”>> <<Si la gente me critica es su problema>>

Los chavos siempre se han caracterizado por ser rebeldes, por ir en contra del sistema.

Estas reacciones son algo así como un estado natural de la juventud. Raro sería que estuvieran de acuerdo con todo lo que el mundo les dice que hagan o que les obliga a realizar. La rebeldía es una reacción normal de la juventud ante la autoridad; sin embargo, no es culpa de los chavos, sino de aquellos que nos imponen las reglas sin pensar en un encuentro personal con quienes se supone deben de cumplirlas.

No logramos que el mundo sea un lugar de bienestar porque las normas las aplican los adultos, que muchas veces pasaron por una juventud de dolor o de incomprensión, y curiosa ironía, repiten lo que justamente detestaban. ¿Por qué se da este fenómeno? Los expertos en sociología y psicología lo llaman la disonancia cognitiva, esa que nos hace creer que si lo que vivimos no nos dejó “tan mal”, a pesar de haber sido difícil, entonces quiere decir que debe de ser bueno. Ejemplo de ello, es el divorcio exprés que nos lo venden como una necesidad imperiosa para lograr que las partes de un matrimonio logren deslindarse de sí con facilidad. Pero ¿en realidad esto le conviene a la sociedad porque un grupo de adultos decidió que no estuvo tan grave que sus padres se separaran? Justificar las propias experiencias de vida es normal y es necesario para no morir de tristeza. No obstante, imponer leyes generales que institucionalizan la disfunción, para quienes comienzan a transitar por esta vida, es injusto.

El ejemplo puede ser detonante de muchas discusiones, sin embargo, mi intención es comprender la razón por la cual esta disonancia cognitiva puede darse. Es decir, ¿por qué tanta gente que ha crecido con dolor en su vida, siendo presa de la cultura del descarte, quiere imponer lo que ha vivido a las nuevas generaciones confundiéndolas y haciéndolas creer que porque es legal es correcto o es lo mejor para el bienestar social?

La cultura del descarte tanto como la dictadura del relativismo, ambas extremistas, la primera tacha a quienes no cumplieron las normas morales y la segunda quiere liberalizar a la sociedad, lesiona mucho el alma de las personas, creando un hoyo negro de identidad. Una crisis en la que nos hemos sumido desde hace décadas, arrastrados por ideologías que son armas letales que hieren las almas de la humanidad.

La propuesta para que no haya confrontación entre adultos y jóvenes, entre ideas y principios es una cultura del encuentro, en donde cuerpo a cuerpo nos relacionemos como sociedad. En la cual nos propongamos ponernos en los zapatos del otro, y no solo eso, sino que ir al encuentro conversando con aquellos que tienen el alma dolida por ese descarte que los ha tachado por sus conductas o mutilado espiritualmente por el relativismo que los ha hecho pensar que no hay una verdad. Un encuentro que nos ayude a tomar decisiones libres, brindándonos felicidad buena, bella y verdadera y no solamente alegría momentánea que es pasajera y al final, es la responsable de las decisiones de inmediatez que caracterizan al siglo XXI.

* Alejandra Diener

*Esta entrada fue publicada en la revista bimestral Mirate del mes de noviembre 2014, en su edición Especial Gratuita.

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