Padres, inculquen en sus hijos el Visitar a los Enfermos. 1 de las 14 Obras de Misericordia.

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El artículo es sobre las enfermedades físicas, no es sobre las enfermedades del alma, ni sobre las de la mente.

Algunos dicen que no conocen o no quieren conocer a nadie, que esté tan enfermo como que no pueda salir de la casa. Están equivocados, porque no se los encuentren ni en la calle, ni en las tiendas, ni en los espectáculos, ni en los cafés. Es posible que no haya mirado o preguntado en su alrededor y no haya visto o se haya enterado, de la cantidad de enfermos retenidos en sus propias casas, en los hospitales, en las residencias de ancianos, etc. Igual tampoco han mirado entre sus propios familiares, amigos, e incluso ni han mirado a los que son desconocidos.

Hay que visitar también, a los que están muy graves y casi no entienden quien les visita. Incluyendo a los que agradecen o no, un rato de compañía y de consuelo, aunque sólo sea para escucharlos o que nos escuchen. Para que sepan que todavía hay alguien, que se preocupa desinteresadamente de ellos.

Algunos se disculpan para no visitar a los enfermos, alegando que están muy ocupados, que tienen obligaciones más importantes y que además, no les sienta bien emocionalmente. Seguramente es que en sus prioridades, no entra la de realizar Obras de Misericordia, porque no se las han enseñado, porque se les han olvidado o simplemente, porque hacerlo suele ser incómodo.

20 Enseñanzas de los padres a los hijos, basadas en el ejemplo:

Animarles, levantándoles el ánimo y dándoles esperanzas fundadas de recuperación, sin engaños ni mentiras.
Ayudar económicamente a los voluntarios particulares o a las asociaciones, encargadas de cuidar a los enfermos más vulnerables.
Ayudarles a cuidar sus prácticas religiosas, para que las comiencen, las intensifiquen o no las abandonen.
Ayudarles a entender su enfermedad, soledad o situación. Oyendo y comentando lo que han interpretado de sus visitas al médico, o para lo que sirven las medicinas recetadas, o los tratamientos sugeridos.
Ayudarles a que hagan una lista para llamar a sus conocidos, o dándoles las listas de otros enfermos, que tienen necesidad de comunicación, sean de la Parroquia, hospitales u organizaciones.
Ayudarles a que rompan el muro de aislamiento, con el mundo exterior, cuya enfermedad les separa, descubriéndoles muchas de las oportunidades que pueden tener a su disposición.
Coordinar unos tiempos con los familiares, cuidadores de los enfermos, para sustituirlos y que ellos puedan salir a hacer sus encargos o simplemente a cambiar de actividad, lo que les permitirá recuperar las fuerzas, para poder volver a su tarea con más ánimo.
Correr la voz e intentar hacer un eficiente calendario de horarios de visitas, compatibles con las posibilidades del enfermo, de los que le cuidan y de los visitantes, cuando haya un enfermo en la familia o entre los amigos.
Enseñar a los hijos a no estar muy ocupados consigo mismo, como para justificarse el no poder solucionar los problemas de otros. Esto es egoísmo, tacañería, comodidad, etc.
Estar pendiente, además de las personas mayores enfermas, de los enfermos jóvenes, los cuales necesitan tanto o más, la ayuda de las personas sanas.
Hacer por los enfermos, lo que nos gustaría que hicieran por nosotros, si estuviéramos enfermos.
Llevarles comida hecha o ayudarles a hacerla, en función de sus necesidades. O regalarles algunas golosinas, siempre que no estén prohibidas por su médico.
Motivar y acostumbrar a los hijos a visitar a los enfermos para mitigar su soledad, sean conocidos o desconocidos, graves, simplemente hospitalizados, retirados en su casa o necesitados de ayuda.
Organizarles un club de lectura, para que puedan “adoptar” un grupo de niños, que no tengan quien les lea o que no tengan abuelos, que les puedan hablar y escuchar.
Participar en el voluntariado de la Parroquia u otras organizaciones de ayuda a los enfermos, formando parte de sus equipos y de sus especializaciones. Adultos, jóvenes, niños, etc.
Persuadirles a que llamen por teléfono o Skype, utilizando las redes sociales de Facebook, etc. para conectarse con otros, que estén en sus mismas o parecidas situaciones. Si no saben manejarlas, intentar enseñarles y facilitarles los medios necesarios.
Prestarles o leerles algún libro, disco, audio libro, revistas, etc. propio o de las Bibliotecas Públicas.
Proponerles y organizarles, para que estén ocupados y que desde su casa hagan algún tipo de voluntariado. (Llamadas telefónicas en cadena para objetivos escolares, parroquiales o sociales, coordinar los horarios de toma de medicinas de otros, etc.)
Recordarles el conocimiento y la práctica de las virtudes y valores humanos, que les ayudaran a sobrellevar con dignidad, los inconvenientes de su enfermedad y su aislamiento: Esfuerzo, disciplina, generosidad, humildad, paciencia, perseverancia, responsabilidad, tolerancia, etc.
Sacar de sus domicilios o de las residencias de ancianos, a los que se les pueda llevar a pasear, a algún restaurante favorito, a visitar a sus familiares o a sus amigos, a hacer sus recados importantes o imprescindibles, etc. (Médicos, farmacia, peluquería, manicura o pedicura).
Son verdaderos héroes los que se interesan por los enfermos abandonados, o que a otros no les importan. Los voluntarios suelen ser personas normales, que se entregan a los demás, sacando lo mejor de sí mismos, sin esperar ninguna retribución, simplemente la satisfacción del deber cumplido y tratar de que su ejemplo sea un estímulo para todos los demás. Qué triste es estar enfermo y además sufrir por no tener familiares, ni amigos, ni voluntarios desconocidos que nos visiten. Es el dolor de la soledad y de la indiferencia, mucho más profundo y desgarrador que el físico. Al final, el más beneficiado es el voluntario, que, pese a la tristeza de ver el sufrimiento, recibe la alegría de ayudar.

Conceder unos pocos minutos de nuestro tiempo y conversación a un enfermo, que pasa largas horas en su sufrimiento y soledad, representa un grandísimo valor y disfrute, igualmente al visitado, como al que visita. Algunas veces no es ni necesario hablar, el silencio también comunica la presencia de alguien, a quien le importa, máxime si tiene algún grado de parentesco o amistad. Puede que la visita no cure, pero conforta y anima, lo que es muy importante para el enfermo.

Tiene un gran mérito el tiempo empleado en leer algo a un enfermo, en escribirle una carta, en llamarle o en aligerar el trabajo de alguien que tiene que cuidarlo. Es ofrecer con la presencia, un poco de aliento a quienes tanto lo necesitan. Visitar a los enfermos, nos hace mucho más humanos y más sensibles. Nos enseña a valorar el precioso don de la salud y de la vida, que Dios cada día nos regala.

Cómo podemos asimilar, comprender y aconsejar sabiamente, cuando nos dice un familiar, amigo o desconocido, que ha sufrido un accidente grave o que el médico le ha encontrado un cáncer maligno, con metástasis irreversible. Que está en estado bastante avanzado y que no confía mucho en los resultados curativos, de algunos medios invasivos, como es la quimioterapia, la diálisis o similares. Que le queda muy poco tiempo de vida normal, y que después irá decayendo, hasta que lenta o rápidamente, le llegue el final.

Ante esa situación es imprescindible saber escuchar bien al enfermo, y buscar si fuera necesario, los consejos externos de los mejores expertos, en cuestiones del cuerpo, de la mente y del alma, relacionados con la situación de su enfermedad. Para posteriormente meditar muy bien, lo que se le va a decir, con mucha claridad y caridad. Si los consejos no están coordinados en estos tres aspectos, es posible que incluso le hagan daño al enfermo.

La historia real de Esteban:

Una persona a la que conocía mucho, estaba en el hospital muy enfermo y casi no hablaba con nadie. Solamente sonreía cuando todas las mañanas le llegaba un e-mail de un amigo, que tenía a 10,000 Kilómetros de distancia. Entonces se le abrían los ojos, cambiaba su cara, reía y con gestos pedía que se lo leyeran una y otra vez. Esperaba entristecido hasta que puntualmente le llevaran el próximo y deseado e-mail, que le llegaba de tan lejos, de su amigo que estaba próximo a él.

Su amigo no dejaba de escribirle diariamente, pues sabía del efecto beneficioso emocional que le suponía, dentro de su gravedad. Lo que le decía su amigo era simplemente, revivir la historia de sus tiempos jóvenes y contarle cosas actuales, que nadie le contaba. Eso le abría una ventana hacia el mundo. No es muy difícil escribir o llamar diariamente a un enfermo, para que sienta que alguien más se acuerda de él.

La historia real de Adela:

Una anciana enferma no podía salir a la calle, debido a sus limitaciones. Pidió ayuda a los voluntarios de su Parroquia, que inmediatamente acudieron para hacerle lo que necesitaba y así aliviarle el sufrimiento de estar confinada en casa. Periódicamente le hacían los recados que necesitaba, le hacían comida o se la llevaban hecha, le hacían compañía y pequeñas reparaciones en su hogar, como cambio de bombillas, arreglo de grifos estropeados, etc.

Los voluntarios le pidieron, que a cambio de los servicios que recibía, y para demostrar su agradecimiento, hiciera lo siguiente: Que todos los días llamara por teléfono a 10 personas mayores o enfermas, elegidos entre sus familiares y amigos. Si no tenía a quien llamar, ellos le proporcionarían números telefónicos de otros, que estaban en su misma o parecida situación. Las llamadas eran para recordarles los horarios de las tomas de medicinas, darles ánimos y un rato de conversación, contándoles las ultimas noticias, las novelas o preguntándoles por sus familias. Que tratara de hacer amistad por teléfono, pues estaban tan solos como ella.

También le pidieron que dos días a la semana, leyera cuentos y transmitiera sus experiencias a un grupo de niños de la parroquia que no tenían abuelos y que ella intentara ser su abuela adoptiva.

Esos voluntarios convirtieron a Adela, en una mujer contenta, ocupada, alegre, interesada y servicial con sus vecinos, a los que devolvía aumentadas cien por cien, las satisfacciones que recibía. Ella se convirtió en el primer eslabón de una cadena multiplicadora, de atención a los enfermos, desde otros enfermos.

Las 14 Obras de Misericordia.

Las corporales: Visitar a los enfermos. Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Dar posada al peregrino. Vestir al desnudo. Visitar a los presos. Enterrar a los difuntos.

Las espirituales: Enseñar al que no sabe. Dar buen consejo al que lo necesita. Corregir al que se equivoca. Perdonar al que nos ofende. Consolar al triste. Soportar con paciencia los defectos del prójimo. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Nunca debemos quedarnos callados, alejados o ignorantes del problema, pues siempre el enfermo quiere agarrarse, como a un clavo ardiendo, a cualquier palabra de esperanza que podamos darle.

Hay mucho pendiente de hacer, para conseguir que el visitar a los enfermos, se vuelva parte permanente de nuestras vidas. ¿Qué esperamos para comenzar?

francisco@micumbre.com

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