A mí me lo hicisteis

Uno de los aportes más significativos del cristianismo ha sido el desarrollo de la noción de persona, entendiendo por tal un ser digno, que merece respeto por sí mismo, de manera independiente a cualquier circunstancia, a lo cual se añade, desde una perspectiva teológica, su calidad de hijo de Dios.

Es por eso que por regla general, las diferentes iglesias cristianas han tenido muy en cuenta al prójimo, no solo para poner en práctica la doctrina cristiana, sino además, porque de acuerdo a esta enseñanza, en ese “próximo” se refleja Dios mismo, como muestra la parábola del Buen Samaritano.

Lo anterior explica que existan muchísimas iniciativas cristianas que se han preocupado por los más pobres y necesitados en el mundo entero, fundándose en consecuencia, un sinfín de organizaciones para llevar a cabo la labores más disímiles: desde la enseñanza hasta el cuidado médico; desde la construcción de viviendas hasta el ayudar a bien morir y un largo etcétera.

Incluso, ha sido tanta esta preocupación por los postergados, por los que no tienen voz, que de vez en cuando ha llegado hasta perderse o al menos nublarse el sentido religioso y sobrenatural de algunas iniciativas, transformándolas casi en actividades filantrópicas y de beneficencia, olvidándose que ello constituye la “añadidura” de la cuestión, según el mensaje cristiano.

Con todo, lo importante es que lo que hayamos hecho por nuestro prójimo pesará mucho al momento de ser juzgados, según expresan los Evangelios. Lo anterior se refleja muy bien con la alusión a las ovejas y los cabritos (Mt 25, 33-46) y la alabanza o recriminación del Rey a unos y otros respectivamente, según cómo hayan tratado a su prójimo (“porque tuve hambre”, “tuve sed”, “estuve desnudo”, “estuve enfermo”, etc.). Y ante la pregunta sobre cuándo se hizo u omitió la conducta descrita, el Rey será tajante al decir que al proceder o no proceder así respecto de uno de esos pequeños “a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40 y 25,45).

Ahora bien, si la existencia del prójimo y su bien están en la médula del mensaje cristiano, en particular si este se encuentra en una situación desvalida y vulnerable, ¿cómo puede un cristiano permanecer indiferente ante el aborto? De hecho, aquí la urgencia de la preocupación por el “próximo” es más importante que nunca, pues en este caso, no está en juego el dejar de satisfacer alguna de sus legítimas necesidades, sino su vida misma.

Por tanto la preocupación por nuestro prójimo no nacido debiera ser transversal a todos los cristianos, en particular en aquellos que tanto se preocupan de ayudar a los más débiles, puesto que también aquí se aplica, y más que nunca, el “a mí me lo hicisteis”.

*Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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