He visto en no pocas ocasiones como se habla de que la prostitución es un trabajo como cualquier otro. Algunos defienden que las “trabajadoras sexuales” tienen derecho a “trabajar” con seguridad y acto seguido se les proporciona condones para “protección” propia y de sus clientes o incluso credenciales para trabajar ante la clara inutilidad de un gobierno de generar empleos verdaderos y encontrar una solución a este problema. Otros más hablan de que prestan voluntariamente servicios sexuales, -léase bien- y que es su “derecho” ejercerlo como cualquier otra profesión, digna y con respeto.
Y entrecomillo “trabajadoras sexuales” porque el hecho de llamarlas así es de inicio intentar volver normal y cotidiano algo que no lo es. Usted verá gente con cierta formación académica, con algún cargo público, miembro de alguna ONG o comunicadores opinar así sobre la prostitución que todos sabemos que va ligada a la trata de personas, a la pornografía, al aborto. Pero, si la prostitución es como cualquier otra profesión, entonces yo les preguntaría:
¿Por qué no la vemos promovida en las exposiciones de licenciaturas o ferias del empleo que organizan algunas universidades en nuestro país? Debería aparecer en los panfletos ¿no lo cree?
¿Por qué los que piensan así no les inculcan a sus hijas desde niñas que la prostitución es una de las tantas profesiones que debiera contemplar en su edad adulta o quizá desde niños?
Apuesto a que ningún padre imaginaría una muñeca con esta “profesión” entre las varias modelos de Barbie igualándola a la profesión de dentista, tenista, chef, maestra, etcétera. ¿Por qué?
Porque evidentemente la prostitución no es un trabajo, no es una profesión, sino la violación de la persona mediante un pago, el cuerpo es considerado una propiedad, mercancía. La prostituta no elige esa vida con libertad sino empujada por las circunstancias, amenazada por su proxeneta, coaccionada. Esta visión deformada de considerar la prostitución como cualquier trabajo no se dio de pronto, solo porque sí, a mi parecer, viene de tiempo atrás, en situaciones que facilitan a alguien pensar de ese modo: Cuando se frecuenta lugares donde se paga porque una mujer baile y tome una copa con el hombre.
Cuando los muchachos (sea hombre o mujer) se habitúan a la pornografía, al sexo ocasional, a los mentados packs o zelda que es pornografía entre estudiantes: material sexual de compañeros o conocidos.
Cuando los amigos, primos, el tío o el papá llevan al muchacho a “estrenarse” a un prostíbulo. Cuando la mamá le regala condones a su hijo apenas cumple la mayoría de edad, “para que se proteja.”
Cuando él o ella que están próximos a casarse, contratan a alguien para su despedida de solteros. Hay que detenerse en este punto, pues es una práctica relativamente aceptada. Existe una visión difundida entre los jóvenes de ver con picardía el que un hombre semidesnudo o desnudo le baile a una mujer en su despedida, en el caso de ellos, los amigos le hacen el flaco favor de “contratarle una chica” al futuro esposo, que las más de las veces termina en relación sexual o algo muy cercano.
Y los hay quienes, sin caer en ningún supuesto anterior se dejan llevar como el ganado por las opiniones de “luchadores por los derechos de la mujer”, son gente buena pero estulta que es fácilmente maleable o gente a quien le importa un bledo lo que pase a su alrededor. En todos los casos algo ya se fracturo en la conciencia, que las más de las veces tiene que ver con el modo en que se vive.
Los que defienden que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, utilizan el mismo argumento que aquellos que defienden el crimen del aborto: “Es el cuerpo de la mujer y cada quien tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera.”
No es algo para tomar a la ligera el cambiar el término prostituta por el de “trabajadora sexual” pues cuando dejamos de llamar a las cosas por su verdadero nombre la conciencia se adormece y tarde o temprano nos veremos apoyando algo que a todas luces es inaceptable, moral y éticamente. Bien se ha dicho que la guerra está en las palabras, con ello puedes conseguir que la gente apoye el asesinato en el vientre materno, la venta de seres humanos o una violación remunerada y sentir que está apoyando un derecho humano. Somos como aquellos que en nombre de la “igualdad, libertad y fraternidad” cometieron todo tipo de crímenes –fíjese bien- enarbolando unas simples palabras.
A veces antes de pronunciar las sandeces de nuestro tiempo más valdría que nos pusiéramos un bozal en el hocico… o comenzáramos a pensar y a hablar en favor del bien común. Elijamos correctamente.
Alexa Tovar
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.