Estamos a pocas semanas de las elecciones presidenciales así como de la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Cuando a los candidatos se les pregunta abiertamente sobre el aborto y la familia, suelen contestar de forma ambigua, por no decir, pintoresca y contradictoria.
Uno dice, por ejemplo, que lo importante es “lo que decida el pueblo”; otro que reconoce el derecho a la vida pero, a la vez, la opción de la madre de interrumpir su embarazo cuando lo vea conveniente; otro afirma que está de acuerdo con el aborto pero externa su preocupación por los animales en extinción y propone medidas más drásticas para impedir esa masacre, no de los humanos, sino de los animales; otro más va cambiando de opinión, según sea el auditorio al que se dirija, es decir, lo más “camaleónico” posible para no salirse de lo “políticamente correcto”….
El reconocido intelectual, Antonio Socci, en su libro titulado “El genocidio censurado”, escribe que esta oleada de legalizaciones del aborto, de desprecio por la vida humana, se ha convertido en el mayor genocidio del siglo XXI.
Y lo externa poéticamente el músico del folk-rock, Bob Dylan –quien recientemente brindó algunos recitales en nuestro país- cuando en su melodía “Señores de la Guerra” canta con total sinceridad: “Ustedes han sembrado el peor de los miedos/ que jamás se haya lanzado;/ el miedo de traer niños al mundo. /Han amenazado a mi bebé,/ cuando todavía no ha nacido/ y ni siquiera tiene un nombre./ Y es porque ustedes no valoran/ la sangre que corre por sus venas”.
Estuve unos días de vacaciones en la provincia y conocí a un matrimonio de escasos recursos pero con un gran amor por la vida. Resulta que una hija de ellos, de 16 años, se quiso casar con su novio, un año mayor de edad. Ivonne (seudónimo) se había embarazado con este adolescente. De inmediato, la chica pensó en abortar y así se lo externó a sus padres. Su madre me contó que le dijo con claridad:
-Si eliminas a ese niño que llevas en tu seno, es como si el pequeño tuviera 5 años, tomaras una pistola y le dispararas a sangre fría. Date cuenta: ¡Es tu hijo y tiene derecho a vivir!
-Perdón, mamá, tienes razón –le respondió. Yo tampoco estaría hablando contigo ahora, si hubieras decidido destruirme antes de nacer.
Se manejan mitos proabortistas con enorme superficialidad, como por ejemplo, que la mujer es dueña es absoluta de su propio cuerpo. La verdad de las cosas es que, en efecto, tiene que amar su organismo y, simultáneamente, el de su bebé, que tiene el mismo derecho a existir. Otras veces se habla que el embarazo no deseado “traumatiza” a la mujer, cuando la realidad es que no hay felicidad más plena para una madre que tener al fruto de su vientre en sus brazos, abrazarlo y besarlo.
De igual forma, se tiende a decir que “con el aborto terminan todos los problemas” y, de hecho sucede exactamente lo contrario: sobrevienen innumerables trastornos orgánicos y psíquicos de muy difícil recuperación. El llamado “síndrome post-aborto”, que tantos médicos y políticos pretenden acallar, es una tragedia que asola actualmente a nuestra población (1).
En definitiva, no hay actitud más antinatural e injusta que una sociedad que desprecia la vida humana y, por el contrario, una comunidad que ama y protege a sus hijos; unos cónyuges que se entregan generosamente para tener descendencia, cada criatura –en palabras del Beato Juan Pablo II- “es reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre”.
(1) Espinoza Aguilera, Raúl, Ideas Claves sobre la Vida y el Aborto, Editorial Minos Tercer Milenio, México. 144 páginas. Correo: ventas@minostercermilenio.com
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