Siempre se ha dicho que el Derecho Penal es la “ultima ratio” (esto es, el último recurso) para enfrentar los males más nefastos que afectan a una sociedad (robos, defraudaciones, homicidios, abortos y, por desgracia, un largo etcétera). Ello, debido a las drásticas sanciones que impone, donde la fuerza coactiva del Estado se presenta de la forma más palmaria y dolorosa.
Desde esta óptica, se podría aplicar el mismo razonamiento al aborto. Suponiendo hipotéticamente que hubiese abortos directos lícitos (cosa que a nuestro entender es imposible), quienes lo promueven, no debieran verlo como un “remedio” de primera mano, sino como el último recurso para evitar lo que ellos consideran un problema de “salud pública”.
Esto quiere decir que para evitar los así llamados “embarazos no deseados” –el verdadero leit motiv de todo este asunto–, debiera comenzarse con un conjunto de otras medidas que tuvieran por fin evitar de verdad los embarazos. Lo anterior no se consigue con la introducción masiva de anticonceptivos, ni de la píldora del día después para aquellos casos en que no actúe como abortivo. Lo anterior ha quedado demostrado hasta la saciedad por la experiencia de todos y cada uno de los países en que se ha seguido esta política, debido a que contrariamente a lo que se promete, los abortos no disminuyen, sino que aumentan sin cesar. Por eso, no es cierto que a mayor anticoncepción haya menos abortos; todo lo contrario, ya que gracias a ella, aumenta la promiscuidad, y los anticonceptivos fallan en un no despreciable porcentaje.
Por tanto, la previsión de este “problema” tiene que ser otra: si la anticoncepción falla y produce a la postre más abortos, quiere decir que hay que buscar otra solución, si es que realmente (es decir, si de verdad, y no como pose), quienes defienden el aborto lo consideran un mal.
En consecuencia, debiera cambiarse radicalmente la política y la actitud frente a la sexualidad. No porque ella sea en sí algo malo, sino por la verdadera obsesión y auténtico proselitismo que existe hoy a su respecto. De hecho, pareciera que para algunos, el único fin en la vida fuera desfogase sexualmente lo antes y con el mayor número de personas posible, al punto que cualquier limitación (como la prohibición del aborto) es vista como la mayor de las arbitrariedades. La clave es así, una sexualidad realmente humana y no cuasi animal, como pretenden algunos.
Por tanto, sinceremos el debate: si realmente el aborto es algo “malo” o “lamentable”, como señalan muchos de sus defensores, pongan las cosas en su sitio y de verdad plantéenlo como una “ultima ratio” y no, en el fondo, como un método anticonceptivo más.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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