Acoso sexual

El tema del acoso sexual a mujeres ha adquirido un protagonismo difícil de vaticinar hace sólo unas pocas semanas y viene a mostrar un profundo y fundado malestar de sexo femenino ante la inaceptable cosificación de la cual ha sido objeto por muchos varones desde hace demasiado tiempo. Y si bien pueden discutirse los medios que se están utilizando para ponerle fin, obedece a una situación demasiado real que no puede continuar.

Sin embargo, creemos que este problema es sólo la punta del iceberg. En efecto, a nuestro juicio, es una más de las varias y lamentables consecuencias que ha tenido para nuestras sociedades, la revolución sexual de hace cincuenta años, pues como resulta evidente, todo tiene una causa. De esta manera, si fruto de dicha revolución el sexo se convirtió sin tapujos en el fin de la existencia para vastos sectores (sobre todo hombres), no es de extrañar que hoy carguemos con estas y otras nefastas consecuencias.

Dicho de otra manera: si estamos viviendo en una sociedad cada vez más erotizada, en que los mensajes de tipo sexual, tanto implícitos como explícitos nos salen a cada paso, no es de extrañar que algunos de quienes más se exponen o menos se protegen de los mismos (sobre todo varones), se vean influenciados por ellos. Por tanto, si un sujeto ha hecho del sexo la única o la más importante razón de su existencia, resulta obvio que buscará satisfacer sus pulsiones de la manera que sea y con quien sea.

En consecuencia, el tema del acoso sexual debiera llevarnos no sólo a generar un conjunto de mecanismos para evitarlo y sancionarlo llegado el caso, sino también a revisar las causas de este fenómeno. Ello, porque mientras no se ataquen sus raíces, las medidas paliativas serán útiles, pero claramente insuficientes.

De esta manera, debiera pasarse revista a una serie de conductas que hoy se tienen por normales, necesarias o incluso como auténticas conquistas, que se quiera o no, han alentado el acoso sexual. Lo anterior es evidente, puesto que los estímulos generan consecuencias y es más fructífero intervenir los primeros que castigar los segundos. Lo anterior no significa que los solos estímulos generen las conductas consecuentes, ni que sin dichos estímulos ellas desaparezcan. Mas, es de Perogrullo, como muy bien saben los publicistas, que algún grado de influencia –y no poco– existe entre unos y otras.

Así, por poner sólo algunos ejemplos, no parece que una educación sexual que incentiva iniciar cuanto antes y con quienes más se pueda la vida sexual, sea el mejor camino para al menos disminuir el acoso; o que la pornografía a destajo no haga aumentar este fenómeno. Por otro lado, revisar los mensajes directos o subliminales que transmiten la publicidad, el cine o la moda, podría también ayudar a paliar este lamentable fenómeno.

Lo que no puede ocurrir, ya que es como arar en el agua, es que pretendamos no cambiar en nada nuestro modo de vivir y que el problema del acoso se solucione sólo con protocolos y sanciones, porque como se ha dicho, este último es una consecuencia de causas más profundas. De ahí que sea una buena oportunidad para revisar qué estamos haciendo mal, pues hay que ser demasiado soberbio para creer que todo lo que hacemos hoy es, por ese solo hecho, mejor que lo que hacíamos ayer.

 

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

Deja una respuesta