*Dr. Carlos Leite Poletti.
¿Puede existir jurídicamente la voluntad anticipada de morir?
La discusión sobre la eutanasia llegó a un nivel poco antes visto en la historia del Bioderecho, lo que parece deberse a diversos factores. El desarrollo tecnológico ha posibilitado la recuperación de enfermos y ha permitido prolongar la vida de otros, pero con elevados costos personales, y sociales.
El uso indiscriminado de la tecnología llevó también al llamado “ensañamiento terapéutico” u “la obstinación terapéutica”, que, por tratar de conservar la vida a toda costa, llega a ser desmesurado.
Hace pocos años, los medios de comunicación daban una noticia que trataba de reabrir el debate de la eutanasia en nuestra sociedad. La noticia fue la siguiente: «Los médicos belgas aplicaron una inyección letal que paró el corazón de Nathan Verhelst, un hombre sano físicamente de 44 años, que pidió que le mataran porque no estaba contento con los resultados de su cambio de sexo. La historia de terror psicológico narrada casi en directo por la prensa belga ha reabierto el debate sobre el uso de la eutanasia, el derecho de los ciudadanos a ser asistidos por doctores en su muerte, una práctica permitida en ese país desde 2002, y en claro auge» (EL CORREO, 03.10.13).
En primer lugar, los médicos no deben ignorar ni mirar hacia otro lado cuando el enfermo manifiesta que no desea continuar viviendo de la manera que lo está haciendo, acompañado por un sufrimiento insoportable, y sin importar consideraciones que el paciente tuvo anti cristianas o anti éticas, porque eso solo lo juzga el Señor.
Ahora bien, el deseo legítimo de tener una buena muerte, es una legítima, valga la redundancia, aspiración de todos nosotros. Es un imperativo ético, podríamos decir al estilo kantiano. Pero, nos preguntamos: ¿verdaderamente ese paciente desea la muerte? ¿Cuál es la demanda auténtica de un agonizante que pide la eutanasia?
La petición individual o social de la eutanasia debe ser considerada generalmente como una demanda de mayor atención. Si su miedo lo transformamos en seguridad, el paternalismo en autonomía, el abandono en compañía, y el silencio en escucha, tal vez desee seguir viviendo el tiempo que le quede. El enfermo necesita sentirse querido por los suyos, y además sentir que sigue siendo querido por lo que es y que no necesita cambiar. Todo esto va a ser para él un motivo para querer seguir viviendo. Fue Nietzsche, quien se podrán imaginar, no era muy cristiano que digamos, quien dijo: «El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo».
Médicos, abogados, a TODOS, nos debe preocupar lo que le ocurre al enfermo para que desee la muerte. Este deseo puede ser una llamada de atención para que se le alivien todos los síntomas molestos o quizá sea una queja encubierta para que se le trate de una manera más humana, o se le haga compañía. Sencillamente, para que se le explique lo que le está ocurriendo.
La tentación de la eutanasia como solución precipitada se da cuando un enfermo pide el morir y se encuentra con la angustia de un médico que quiere terminar con el sufrimiento del enfermo porque lo considera insanable.
Pero deberíamos ser conscientes de que el verdadero fracaso es tener que admitir la eutanasia como solución alternativa al alivio de síntomas y ese estrepitoso fracaso se produce, cuando se plantea quitar la vida a un enfermo porque no sabemos cómo mejorar sus síntomas insoportables.
Aunque la muerte es inevitable, sí se podría intentar evitar el morir mal. La atención médica al final de la vida debe evitar su prolongación innecesaria, pero también debe evitar su acortamiento deliberado. En muchos Congresos internacionales de Bioética se ha dicho hasta el cansancio: «Dejar a la muerte que llegue sin empeñarse en prolongar artificialmente la agonía, sin miedo a usar los analgésicos y los recursos paliativos necesarios para aliviar el dolor y el sufrimiento».
La acción directa e intencionada, encaminada a provocar la muerte de una persona que padece una enfermedad avanzada o terminal, a petición expresa y reiterada de ésta, no es ni deberá ser nunca un acto médico. Sin embargo, interrumpir o no iniciar medidas terapéuticas inútiles o innecesarias, así como emplear tratamientos que tienen efectos beneficiosos sí es acto médico que se deben llevar a cabo para que el enfermo muera bien. Un excelente ejemplo de este caso, sería la sedación en la agonía.
Ante un enfermo en situación terminal lo que se hace o se deja de hacer con la intención de prestarle el mejor cuidado, permitiendo la llegada de la muerte, no sólo es moralmente aceptable sino que muchas veces llega a ser obligatorio desde la ética de las profesiones.
Debemos estar preparados para escuchar algo más espiritual.
Cuando se aplican las medidas terapéuticas que sean proporcionadas, evitando la obstinación terapéutica, evitando el abandono, evitando el alargamiento innecesario y evitando el acortamiento deliberado, estaremos realizando una buena práctica médica amparada por la Jurisprudencia internacional u por el Santísimo.
*Dr. en Derecho Uruguayo y católico
Asesor en Bioética de la Universidad de Montevideo
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