No cabe duda que los avances de la tecnología nos han permitido realizar cosas antes impensadas, con una rapidez y eficiencia impresionantes. Y dentro de este cúmulo de nuevos horizontes que se abren ante nosotros, un aspecto francamente revolucionario ha sido la irrupción de los celulares o móviles, que más que un teléfono portátil, se han convertido en un computador de bolsillo, un “partner” para realizar un sinnúmero de cosas todos los días.
De hecho, resulta bastante curioso que –al menos hasta donde sabemos–, ningún vaticinio o elucubración clásico de ciencia ficción sobre nuestro futuro contemplara la irrupción de los smartphones y los profundos cambios que originarían en nuestras vidas. Una prueba más de que la realidad siempre supera la ficción.
Ahora bien, las transacciones económicas no han quedado al margen de esta profunda transformación de la vida humana, produciéndose cada vez más operaciones monetarias de manera virtual, todo lo cual ha hecho que el dinero en efectivo haya ido desapareciendo de la vida cotidiana, al bastar cada vez para realizar más cosas, con alguna tarjeta bancaria, el celular o incluso la cédula de identidad.
Con todo, y pese a las innegables ventajas de este fenómeno, no puede menos que llamarse la atención respecto de algunos de los inevitables aspectos negativos que trae consigo, de los cuales se comentarán brevemente dos.
El primero radica en que este dinero digital hace que todas las operaciones que realicemos queden registradas, al acabar almacenadas en alguna memoria computacional inaccesible para casi todos los mortales. Lo cual constituye una notable y hasta peligrosa vulneración de nuestra privacidad. Fenómeno que se une a la cada vez mayor vigilancia y rastreo que se realiza de todas nuestras actividades, actividades que a la fecha alimentan diversos algoritmos que pueden llegar a conocernos mejor que uno a sí mismo. Y evidentemente, este es un asunto grave, sobre el que se debe seguir reflexionando.
El segundo, vinculado al anterior, resulta incluso más preocupante, y consiste en que, de seguir este proceso, algunos vaticinan el fin del dinero en efectivo. Con lo cual, el control que podría tenerse sobre nuestras acciones más cotidianas e incluso sobre nuestras propias vidas podría hacer palidecer cualquier totalitarismo de antaño.
Ello, no sólo porque significaría la completa muerte de la privacidad, sino, sobre todo, porque otorgaría un control total a quienes manejen este sistema informático sobre nuestro dinero. De hecho, este dinero digital podría aumentar o disminuir de valor, dependiendo del comportamiento que tenga cada ciudadano –ya sumamente vigilado–, recompensándolo (al otorgarle mayor poder adquisitivo a este dinero) o castigándolo (con lo contrario). Incluso este capital podría estar sujeto a fecha de caducidad, obligando a su “dueño” a usarlo dentro de un tiempo dado antes de que se haga completamente inútil; con lo cual, las posibilidades de ahorro se tornarían imposibles.
Esta distopía, propia de “Black Mirror”, ya es una realidad en China, gracias a la implantación de su “crédito social”. De ahí que haya que tener más cuidado y no aceptar sin más e ingenuamente todo lo que se nos propone, pues por nuestra propia naturaleza, se quiera o no, todo lo que hagamos puede ser utilizado para el bien o para el mal.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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