Hemos vivido más de 20 días «del nuevo gobierno», ese que logró capitalizar las preferencias del enojo mexicano, del coraje, de la indignación por tantos gobiernos que terminaron por sólo saber ser corruptos, ineptos o insuficientes para dar los resultados a una sociedad que se complace a ratos por ser exigente con sus gobiernos.
El dicho tan recurrente de esta época fue «si el PAN no pudo con el cambio, si el PRI nos decepcionó, por qué no darle chance a éste que siempre ha querido».
La lógica del voto, quizá simplista, quizá sin más fundamentos, logró capitalizarse en votos que le dieron el triunfo a urnas donde no había candidatos.
Luego de veintitantos días, el candidato presidencial ganador ya asume retos, manda cartas, tira línea, planea, presenta cuadros, promete, acusa y reta, gana agenda como sólo él sabe hacerlo, como parece que lo intentará durante su gobierno.
Sin embargo, se adelanta a lo que tendrá que ser su turno, su estilo, su verdadero plan, no ya ocurrencias de candidato, eso se acabó con las campañas y ahora deberá aprender que, en su momento como gobierno, lo que diga, lo que haga o deje de hacer o la riegue, tendrá consecuencias que todavía no imagina.
Sin embargo lo entiende, o pareciera entender, más le vale que así sea porque las expectativas en su gobierno son muy altas y el tiempo de paciencia es más corto que las posibilidades reales de cambiar el rumbo de lo que no funciona.
Y si bien el tiempo de efervescencia del nuevo gobierno apenas comienza (o todavía no), el desgaste al que se enfrentará a partir del 1 de diciembre será más grande precisamente porque buena parte de su triunfo se ha fundado en la desesperación, en el enojo, en las frustraciones en otros gobiernos.
Quienes votaron por él no tienen tanta paciencia, no les interesa aquello de «Roma no se hizo en un día», pedirán resultados, cambios rápidos, casi milagrosos, yo diría imposibles, al menos para la administración pública.
Por eso el margen será corto, vivirá el riesgo del “desgaste de gobierno” más rápido, incluso a ritmos más acelerados de lo que fuera aquel «gobierno de cambio» de Vicente Fox, del que quiso hacer ahora su versión 2.0.
Hoy ya no habrá «mafia detractora», o al menos que esté en el poder, ya no habrá gobiernos o «políticos de siempre» que quieran bloquearlo, hoy en la soledad de la silla presidencial tendrá que tomar decisiones con consecuencias y con un único responsable sin falla o no convence, él mismo.
En el fondo todos pedimos que le vaya bien porque tendría ese efecto, técnicamente, de que nos vaya bien a todos, pero cada decisión, cada acción, cada frase será como nunca observada, analizada y en su momento duramente criticada o como le ha pasado a al menos los últimos 3 gobierno federales «cargado de memes», de burlas o de decepción y para el México de hoy la única respuesta no serán las excusas, sino los resultados.
Felipe Galindo @galindoenlinea galindoenlinea@gmail.com
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