Animalismo

Más de una vez habremos escuchado aquellas palabras de “entre más conozco a la gente, más quiero a mi perro”, como para decir que estamos muy molestos, o alguien nos ha decepcionado. Suele ser la expresión de un estado de ánimo temporal, vamos, ¿quién no se ha molestado alguna vez con el género humano?

Sin embargo, de una manera velada, casi sin darnos cuenta, varias personas en la actualidad las pronuncian en serio, tal cual. Esto se vuelve más visible cuando los medios de comunicación difunden noticias como la muerte de un león a manos de un cazador, o cuando se sacrificó a un gorila en un parque pues la vida de un pequeño niño de tres años estaba en peligro al haber caído al foso donde estaba el animal, cuando muere un torero por cornada fatal, o el sacrificio de un perro,… hay que ver la andanada de comentarios que muestran la indignación por la muerte de animales con la misma intensidad con la que les alegra la muerte del ser humano: con los pequeños “niños hay muchos, gorilas pocos”, con los toreros es  “torero muerto, abono para mi huerto”, con el sacrificio de un perro “no me interesa más el perro que mi mujer, me interesan los dos por igual”.

El sentido común nos dice que no está bien desear la muerte de un niño o alegrarse por la muerte de un torero, que independientemente de su profesión, es un ser humano, con padres, con familia, con amigos, alguien que también esperaba llegar a su casa al final del día, como tú y como yo.

Dependiendo de cuanto haya permeado este pensamiento, de las palabras se pasa a la acción: se toma la bandera del animalismo, se practica un férreo activismo en contra de la violencia hacia los animales que muchos han sabido aprovechar para impulsar leyes que llegan al absurdo de proteger más a un animal que al ser humano en etapa gestacional.

Lo más delicado es que católicos se encuentran entre los que piensan y actúan de este modo. Cuando los afectos y prioridades están desordenados el único resultado posible es el desastre: católicos en contra del maltrato animal pero perfectamente capaces de recomendar/aplicar la eutanasia a uno de sus familiares, católicos que colman de cuidados a su mascota pero que no ayudan ni materialmente a sus padres ancianos o a un hermano sabiendo que pasan por dificultades económicas, católicos que apoyan la prohibición de la tauromaquia o la prohibición de animales en circos pero que la mujer aborte les parece “un asunto de cada quién y hay que respetar decisiones ajenas”, jóvenes católicos que se han permitido un noviazgo sin castidad pero que alguien toque un pelo de su mascota es indignante, católicos que asisten a un evento con raíces hinduistas para adoración de los perros pero son renuentes a asistir a una marcha en defensa de la familia natural y de la vida, son veganos pero hacer ayuno como sufragio por las almas del purgatorio les parece fanatismo religioso,… los ejemplos son interminables.

Habrá que recordarle al católico que el ser humano es superior a un animal sin que ello signifique maltrato o deprecio, muy por el contrario, al ser humano se le ha confiado la administración de los animales y del resto de la creación. No es malo quererlos, el error estriba en pretender que valen lo mismo o incluso más que un ser humano, el orden de prioridades no puede invertirse jamás. La Iglesia Católica ha sido específica al decir que “Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos”.

No es casualidad que en una época donde más se desprecia y ataca la vida humana en cualquiera de sus etapas, sea cuando se idolatre al animal, al viento, al árbol, al universo y a la nada,… pero cuando hemos hecho a  Dios Uno y Trino a un lado y hemos tratado nuestra fe católica como algo anquilosado, acabar con nuestro prójimo es solo cuestión de tiempo…y luego nos sorprendemos del mal que hay en este mundo…

Alexa Tovar alexatovar2017@yahoo.com

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