En primer lugar, se requiere que la persona ponga por escrito un proyecto de vida, a corto y a largo plazo, y se comprometa a poner todos los medios para alcanzar sus propias metas. A menudo nos encontramos con individuos que no tienen claro cuáles son sus objetivos vitales y suelen quejarse de que padecen de abulia o apatía porque les parece que las actividades que realizan carecen de un sentido trascendente.
En segundo lugar, hay que conocer a fondo las propias cualidades o habilidades, así como los defectos. Esto es importante porque ayuda tener una visión objetiva, real, para percatarse con qué recursos humanos se cuentan y actuar en consecuencia. Tan equivocada y perjudicial es la conducta de la persona que se supravalora en sus metas porque se va a enfrentar, de continuo, con sus propias limitaciones y fracasos, como aquél que tiende a infravalorarse y a tener una autoestima baja porque lo inhibe en su autorrealización personal. Para ello se requiere una valiente actitud de autoexaminarse a fin de que cada quien se conozca lo mejor posible a sí mismo.
De ahí la necesidad de la capacidad de reflexión para aprender a hacer periódicos balances personales y plantearse qué metas se debe trazar para su vida, cómo lograrlas de verdad, sin caer en los autoengaños o los sueños irrealizables.
De la mano de esta consideración, viene la importancia de tomarse en serio el propio trabajo profesional. De realizarlo con eficacia, intensidad y sentido de responsabilidad. Ello conlleva a cumplirlo bien, hasta en los detalles más pequeños. Una persona madura ve en el trabajo una oportunidad para su desarrollo personal, por encima de las dificultades y los desánimos.
La autonomía es otro aspecto destacado, ¿con qué objeto? Para que la persona decida por sí misma y asuma las consecuencias. Una persona centrada no se deja llevar por “el qué dirán” de las gentes, sino que sabe escuchar a los demás, como puntos de vista válidos, pero él toma y afronta sus personales decisiones.
Otro aspecto no menos importante es la capacidad de amar. Se comporta en forma madura quien quiere lo mejor para la persona amada, ya que la plenitud de ese amor le brinda la calidad de entregar con generosidad su propia riqueza interior, de manera que ese querer logra ser íntegro, total y sin fracturas.
Una persona madura, también, tiene criterio. Es decir, cuando sabe juzgar y discernir lo más adecuado dentro de la gama de las diversas alternativas, que se va planteando, como fruto de lo que escucha, observa y razona de los otros, con la finalidad de que sus acciones vayan encaminadas a la obtención de resultados.
De igual forma, quien es maduro saber manejar correctamente sus sentimientos y estados de ánimo y los orienta de forma adecuada para potenciar las decisiones de su intelecto. Sabe, también, tener una visión amplia o de futuro, serenidad, alegría, sentido de humor, seguridad y capacidad para entablar amistades profundas. Sólo así se logra un equilibrio entre la madurez y la propia felicidad.
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