“Agradezco a Dios vivir en una época en la que el enemigo está fuera de la Iglesia y saber en dónde se encuentra y qué propone. Pero preveo un día cuando el enemigo esté al mismo tiempo fuera y dentro de la Iglesia. Y rezo desde ahora por los pobres fieles que serán víctimas de un fuego cruzado”. San John Henry Newman
A principios de enero se llevó a cabo la marcha por la vida en Chicago, en ella hablo el Cardenal Blase Cupich, Arzobispo de la ciudad quien fue abucheado cuando dirigía unas palabras a los asistentes. ¿Qué pudo haber causado aquella reacción? Imposible saberlo. Pero su discurso se caracterizó por tocar temas diversos que poco o nada tenían que ver con la marcha provida: uso de la mascarilla, terminar con la pandemia, derechos de los migrantes, la pobreza, alguna filosofa judía, el nacer para comenzar y no para morir. ¿Qué podría estar mal? Mencionar los tópicos del día pero no el tema que atañía a todos: el derecho a la vida del no nato. Era el lugar idóneo para hablar del tema y no lo hizo.
El error de no pocos católicos, -sean feligreses, teólogos o sacerdotes- ha sido precisamente el de igualar situaciones de injusticia cuando la gravedad es claramente diferente; para ellos siempre hay algo más importante que la vida del no nato; apenas escuchan asesinato en el vientre materno y reaccionan la defensiva: “¡los migrantes!”, “los enfermos de covid”, “¡cuántos pobres hay en el mundo!”. Habrá que recordarles que la Doctrina Social de la Iglesia marca con toda claridad que el derecho a la vida del no nato debe defenderse más que ningún otro. No es exclusión sino prioridad. Y la razón de ello obedece a una jerarquía de valores, jamás podría haber igualdad de condiciones, por mucho que esto moleste a un católico.
Volviendo al Cardenal Cupich, aquel discurso tan solo era la punta de un iceberg, su actuar en diferentes situaciones dista del comportamiento de un sacerdote católico: no aprueba la oración a San Miguel Arcángel, ni el Ave María al final de la Misa, así que prohibió su rezo; restringió la Misa Tradicional en su diócesis pero ha presidido ceremonias paganas chinas; apoya a sacerdotes como James Martin que promueven la practica homosexual; ha luchado por el “derecho” a recibir la Sagrada Comunión de políticos “católicos” pro aborto como el presidente de los EEUU Joe Biden. Los yerros del Cardenal no son al azar, van directo a dos puntos: la vida en el vientre materno y la Sagrada Eucaristía. Los abucheos aquel día en Chicago eran de esperarse.
Lejos están los días en que su predecesor el Cardenal Francis George exhortaba a los políticos católicos a considerar su fe en sus opciones públicas; manifestaba su reprobación hacia el actuar de políticos católicos pro aborto: “Un político católico que excusa su decisión de asesinar al no nacido y a otros que no pueden protegerse, porque cree que ‘no puede imponer la doctrina católica a otros’ me parece que es alguien intelectualmente deshonesto». Habló sobre la protección del matrimonio ante el ataque por parte del Estado y de los movimientos de liberación homosexual que buscan su redefinición; llamó también a fortalecer la vida familiar. Todo ello teniendo presente a la Sagrada Familia de Jesús, la Virgen María y San José.
Hemos llegado a un punto en que la negligencia de varios sacerdotes es abiertamente insultante; una evangelización contraria a la fe católica y al bien común, disfrazándolo de amor al prójimo. Depende del fiel católico diferenciar al pastor del lobo, pedir por la conversión de los sacerdotes que se hayan alejado del recto camino y, desde luego combatir la predica contraria a los valores cristianos. San Agustín de Hipona decía: “Dos amores fundaron dos ciudades, es a saber: la terrena el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, la celestial el amor a Dios hasta llegar al desprecio de sí mismo”.
¿Para cual ciudad estamos trabajando?
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