¿Cómo cultivar el arte de vivir siempre felices?

Como descanso y distracción, algunos fines de semana me gusta visitar museos y parques públicos. Por ejemplo, el Centro Histórico, la Primera o la Segunda Sección de Chapultepec, La Alameda Central, la Plaza de Coyoacán…

En esa Primera Sección de Chapultepec, detrás del Museo de Arte Contemporáneo, por las mañanas observo cómo oleadas de personas salen del Metro y se dirigen llenas de alborozo al zoológico, a remar al Lago o a subir al Castillo.

Hay algo que disfruto y me llama particularmente la atención: su alegría y buen humor. Nuestro pueblo es festivo, por naturaleza. Es evidente que no tienen demasiados medios económicos para realizar grandes gastos durante su paseo dominical, pero aceptan con gusto lo que modestamente tienen para ser felices.

A que muchas veces me pregunto: ¿Cómo es posible que haya profesionales o empresarios considerablemente ricos y, sin embargo, son infelices? ¿Dónde radica, entonces, la verdadera felicidad?

Abraham Lincoln decía: «La mayoría de la gente es feliz en la medida que decide serlo». Ante las privaciones y limitaciones económicas que nunca faltan; cuando sobrevienen algunos achaques o enfermedades; frente a las carencias grandes o pequeñas, la felicidad depende del enfoque que se otorgue a esas cambiantes facetas de la existencia humana.

El filósofo Séneca decía: «Es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que sean».

Con esto, no pretendo decir que haya que ser conformistas. Desde luego se requiere luchar por superarse cada día en el ámbito personal, laboral y familiar. Realizar el trabajo con la mayor perfección humana posible. También, es verdad que en nuestro país hace falta mucho mejorar el nivel de vida de la población.

Pero desde luego, una actitud que ayuda mucho en la escala de valores es el ser optimistas, entusiastas; el tener habitualmente ilusiones; el considerar lo que de positivo y amable tiene la vida ordinaria.

Hay una frase que me gusta particularmente del filósofo danés Sören Kierkegaard, quien afirmaba que: «la puerta de la felicidad se abre siempre hacia fuera». Es decir, para ser feliz, hay que salir de la natural tendencia el egoísmo.

Cuando existe un verdadero interés por servir a los demás; cuando se procura hacer el bien al prójimo, comenzando por los propios familiares (que es el prójimo más próximo); cuando las personas viven contentas con lo que la vida les da, sin frecuentes quejas ni lamentaciones estériles; cuando se trabaja con esfuerzo, constancia y responsabilidad; cuando se mira al pasado con agradecimiento, al presente con buen ánimo y al futuro con esperanza…

Cuando se mantienen estas actitudes, inevitablemente vendrá –como consecuencia lógica- una honda felicidad interior. Pienso que el admirable ejemplo que nos ofrece nuestro pueblo mexicano, tiene una profunda sabiduría: aprender a cultivar el arte de ser felices con las cosas sencillas que la vida nos brinda cada día.

Deja una respuesta