El autor expone que actualmente la juventud es más dispersa, menos tolerante a la frustración, más enfocada al placer inmediato, menos tendiente al compromiso, por lo tanto, a menudo adolece de la necesaria estabilidad de ánimo y de congruencia en su actuar. Se trata de una generación de jóvenes –desde luego no todos- imbuida de lleno en una sociedad consumista, materialista, hedonista y menos preparada para reflexionar sobre temas trascendentes de la existencia humana porque no reportan un beneficio inmediato.
Fernández Palacio afirma que nos encontramos con jóvenes excesivamente comunicados con los demás y en su entorno -en su país o en el extranjero-, pero que paradójicamente sufren de soledad, hastío y vacío existencial. Se engañan fácilmente con la abundancia de información de la internet o las amistades “cibernéticas” creadas a partir de las redes sociales. Pero todo ello resulta superficial, efímero y descartable.
En consecuencia, se impone que los padres, además de pedir a sus hijos un satisfactorio desempeño académico, se animen también a ponerles límites en el uso de las modernas tecnologías; evitar caer en una educación permisiva que todo lo acepta o lo tolera, sin reflexionar en las consecuencias; enseñarles a seleccionar bien a sus amistades; estar atentos a los lugares de diversión a los que asisten; que aprendan a beber con moderación; que tengan criterios claros sobre la sexualidad y cuidar de que no caigan en la esclavitud de las drogas, pero todo ello dentro de un clima de libertad responsable (1).
En la educación de los jóvenes, un punto de partida es la personalización para que resulte verdaderamente eficaz y duradera. Solamente de persona a persona, de corazón a corazón es cuando se logran cambios definitivos y permanentes tanto en el educando como en el educador.
La persona humana es única e irrepetible, por ello no existen fórmulas generales o vagas para la formación de los jóvenes. Hay que atender las necesidades de cada uno; impulsar sus virtudes y cualidades; animarles a corregir sus deficiencias. De allí la importancia de saber escuchar y tener paciencia en el proceso educativo.
El autor presenta útiles casos prácticos e interesantes sugerencias acerca de la orientación familiar para los padres y educadores. Concluye que el mejor camino para educar es convivir con los hijos; interesarse por sus grandes o pequeños asuntos; tratar de pensar y sentir lo que ellos piensan y perciben con la finalidad de llegar a ser unos padres cordiales, afectuosos y cercanos.
(1) Fernández Palacio, José María, Cómo entender a los jóvenes de hoy: sus problemas, sus motivos y su educación. Editorial Minos III Milenio, México, 2015. 87 páginas.
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