Como si ya estuviera todo cocinado de antemano

La verdad es que ni siquiera combinando los refranes “la realidad siempre supera la ficción” y “las cosas siempre pueden ser peor”, es posible aquilatar las increíbles propuestas que semana a semana surgen de la labor de la Convención Constitucional, al punto que no se acaba de salir del estupor de una, para caer en el que produce la siguiente idea que emana de dicha entidad.

Si bien la lista se va haciendo excesivamente larga (multinacionalismo, fragmentación del país, sistemas judiciales y estatutos jurídicos paralelos, destrucción de la inversión y de la propiedad privada, graves atentados contra la libertad de expresión, la consolidación de un Estado asfixiante, etc.), quisiéramos llamar la atención respecto de la propuesta de consagrar el aborto libre y sin plazos, pues creemos, es un buen botón de muestra de lo que está pasando y de lo que se puede esperar de este proceso político-jurídico.

En efecto, al hacer una propuesta semejante (es decir, poder abortar libremente hasta los nueve meses de embarazo y sin esgrimir justificaciones, salvo la mera voluntad), ello muestra muy a las claras la verdadera dimensión en que está operando la Convención, dada la absoluta falta de contrapeso de su sector más radical, lo que hace, literalmente, que dicho sector se considere dueño y señor absoluto del país y de su futuro. Una peligrosa muestra de lo que ocurre casi sin excepción cuando no existe un adecuado equilibrio en cualquier institución ni fiscalización a su respecto.

En este caso, la Convención estima que puede hacer literalmente lo que quiera, sin importar e incluso contra el sentir y tradición de buena parte o incluso de la gran mayoría de la sociedad chilena. En el fondo, actúa como una especie de Demiurgo que puede moldear a su antojo el material con el que trabaja, cual arcilla, y creyéndose además con derecho a hacerlo.

Sin embargo, de ahí a pasar a propuestas delirantes no hay más que un paso. Piénsese, para volver al caso de la lamentable propuesta respecto del aborto libre, que esto colocaría a Chile al borde de la legalización del infanticidio. En efecto, ¿qué diferencia tiene abortar a un niño de 8 meses de gestación que matar a otro de dos meses de nacido? Y obviamente, la objeción de conciencia desaparece ante esta aberración.

Pero además (y esto llama profundamente la atención), la Convención está actuando como si tuviera el triunfo asegurado, como si no abrigara dudas que su propuesta será acatada, incluso por una gran mayoría; en buen chileno, como si ya estuviera todo cocinado de antemano. Sólo eso explica que no tenga empacho alguno en hacer las propuestas más disparatadas sin siquiera arrugarse, sin el mayor disimulo, incluso con prepotencia. Desde su perspectiva, estiman que se les ha dado un cheque en blanco que les permite con total seguridad, hacer realidad todo lo que desee el grupo dominante que yace en su interior.

La verdadera pregunta que queda por hacer es si realmente el pueblo tiene algo que decir en todo esto; o si se prefiere, si nuestra democracia funciona, e incluso si existe. Lamentablemente, a momentos da la impresión que se ha convertido en un simple trámite validador de las decisiones de quienes detentan el poder, de manera sumisa y obediente, para darle legitimidad. ¿Habremos llegado tan lejos?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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