¿Crisis de la adolescencia?

Me parece que lo primero que habría que dejar en claro es que no todo adolescente pasa por una “crisis”. La mayoría de los jóvenes transcurren por esa etapa de su existencia, sin alteraciones de mayor trascendencia. Como ocurre con la llamada “crisis de los cuarenta”. En efecto, hay personas que sufren una especie de “terremoto” en su personalidad en esos años que marcan el meridiano de sus vidas, pero la mayoría de los hombres y mujeres no necesariamente sufren de esa “crisis”. En resumen, me parece que no se puede generalizar de manera superficial.

Un fenómeno que se observa actualmente en la educación de los hijos es que muchos padres siembran valores en sus hijos cuando son pequeños. Pero cuando llegan de los 14 ó 15 años en adelante, algunos concluyen cómodamente: “Mis hijos ya están ‘grandecitos’. Ya saben lo que tienen qué hacer y cuáles son sus responsabilidades. Por lo tanto, yo no tengo que decirles nada más. Allá ellos…”.

Sin duda, se trata de uno de los más graves errores en los que se ha caído porque precisamente en la adolescencia es la etapa clave en que los jóvenes se están cuestionando preguntas fundamentales, como: ¿quién soy yo? (descubrimiento de su personalidad e intimidad); ¿cuál es el sentido de mi vida? (la existencia de Dios, la necesidad de practicar la religión, de vivir la fe con todas sus consecuencias); ¿por qué tengo que vivir los valores que mis padres me han inculcado? (reconsiderar la moralidad de los actos); ¿se trata de imposiciones retrógradas o realmente debo de vivirlas?(búsqueda de reafirmación de los propios valores).

La primera advertencia que se debe dar a los padres es que en estos años se está forjando la personalidad. Y la ayuda cercana de los padres es inmensamente necesaria. ¿Qué en ocasiones los jóvenes se ponen rebeldes o como un “puerco espín” ante las orientaciones paternas? Es perfectamente lógico que ocurra eso, ya que algunos sufren de inseguridad y se manifiesta en desconfianza hacia sus progenitores y la tendencia a confiar más en cómo actúan o les aconsejan los amigos de su “pandilla” (tendencia a lo autoafirmación mediante el grupo y búsqueda de modelos o patrones de vida).
También es razonable el afán de autonomía e independencia y hay que fomentárselas para que sepan resolver por sí mismos sus pequeños problemas, pero sin dejar de tener un “acompañamiento” paterno-filial.

Tengo un amigo profesionista que algunos de sus hijos sí han sufrido, en efecto, una severa “crisis de la adolescencia”. Pero admiro la actitud –tanto de él como de su esposa- porque los fines de semana, ellos se ponen de acuerdo, y organizan planes individuales con cada uno para: ir a tomar un helado, un café, hacer ejercicio físico juntos, correr o pasear en bicicleta, ir de compras…

De manera que, en esas ocasiones, por ejemplo, en que la madre está sola con su hija y, después de visitar algunas tiendas, la invita a tomar un pastelillo con chocolate, ella aprovecha para preguntarle sobre sus amistades, las fiestas y el ambiente que se ha encontrado, sobre su novio o sus pretendientes… Y, en ese tono confidencial, la hija espontáneamente le pregunta temas donde confiesa que le hacen falta criterios más precisos o donde presenta dudas, sobre: la afectividad, las relaciones prematrimoniales, la abstinencia sexual hasta el matrimonio, el uso de píldoras abortivas, las enfermedades venéreas, ingesta de alcohol, la conducta que observa en algunas de sus compañeras de escuela que comentan que son partidarias del “noviazgo free” (es decir, tener relaciones sexuales con muchos chicos, pero sin ningún compromiso de ambas partes)…

El padre hace lo mismo con cada uno de sus hijos y, por ejemplo, en los descansos de los juegos de basquetbol, se toman un refresco, y él le pregunta asuntos relativos a su rendimiento escolar, o le sugiere algunas virtudes para vivir en casa, como: aprovechamiento del tiempo, espíritu de servicio, obediencia a su mamá, tener mayor fraternidad con sus hermanos…

Me dice este amigo que, en ocasiones, alguno de sus hijos le responde:
-Muy bien, papá, le “voy a echar ganas” a los estudios y a obedecer más a mi mamá. Pero tú nunca me cuentas de ti porque veo que también tienes defectos. Cuando era niño te miraba como a mi “superhéroe” pero ahora he ido descubriendo tus fallas y errores…

Este padre de familia aprovecha para decirle con humildad:
-Tienes toda la razón, no soy perfecto. Mi defecto dominante es el desorden. Lo puedes comprobar abriendo las puertas de mi closet o viendo los cajones de mi escritorio. Pero te prometo que también “le voy a echar ganas” por mejorar en este punto concreto y, cuando veas que no lo vivo, te agradeceré que me lo digas abiertamente porque eso me ayuda mucho.

Con esta actitud sencilla y transparente del papá, el hijo se ha ido sintiendo mucho más en confianza y este amigo mío se alegró mucho cuando un día le reveló su chico más rebelde:
-Papá, al salir de la escuela, un señor desconocido nos regaló a varios compañeros y a mí unas bolsitas con pastillitas de colores.

-¿Estaba promoviendo una nueva marca de dulces?-preguntó el papá distraídamente, mientras conducía el coche cuando fue a recogerlo a la escuela y camino de regreso a casa.
-No, un amigo me dijo que se llaman “tachas” y si las tomas te pones bien “happy”. Te quería preguntar, ¿qué tiene de malo el drogarse?-le cuestionó el hijo.

Y fue una estupenda ocasión para que el padre le dijera que le agradecía mucho esa prueba de confianza. Y a continuación, aprovechó para explicarle los daños orgánicos y psíquicos que causan las drogas, los frecuentes casos de codependencia y que precisamente por eso, en un principio, se suelen regalar para “engancharlos” en el consumo de estupefacientes.

Dentro de ese clima de amable confidencia a los hijos se les pueden hacer ver las reglas dentro del hogar. La comprensión y exigencia van de la mano porque todos los hijos pueden fallar, pero no por eso se les debe retirar la confianza. ¡Todo lo contrario, es cuando más hay que ayudarles y que noten que se les corrige por cariño, afecto y no por “estar fastidiándolos”!

A menudo se escucha esta frase por parte de los papás:
-Mi hijo está en “la edad de la punzada“. No hay manera de hacerle ver ningún error porque de inmediato se enfurece y se encierra en su cuarto.
La paciencia es la gran virtud que deben de desarrollar los padres en la educación, particularmente de sus hijos adolescentes. Y para ello se requiere intentarlo una y otra vez, sin mostrarse indignados ni molestos con ellos. Más bien se requiere mantener el tono cordial y positivo, sin rendirse ante las dificultades.

En definitiva, es fundamental que los hijos comprendan que en esa etapa de la adolescencia se les está formando porque se quiere su propio bien, porque se les corrige por cariño e interés para que tengan una personalidad firme y definida y se desea lo mejor para sus vidas. Es recomendable decirles también que algunas cosas las entenderán ahora, y otras, las comprenderán hasta más adelante.

Durante muchos años he dado clases en centros educativos y brindado asesoría individualizada a los alumnos. Recuerdo el caso de un joven que nos hicimos buenos amigos, pero que se resistía a mejorar en sus virtudes como persona y reafirmar sus valores.

Veinte años después me lo encontré en una reunión social. Cuando me vio, sonrió ampliamente y me gritó a voz en cuello, a varios metros de distancia, abriendo los brazos para saludarme con afecto:

-¡Qué paciencia me tuviste, te lo agradezco mucho! “Hasta ahora me cayó el veinte” de todo lo que me decías para animarme a que me superara en muchos aspectos de mi vida, porque resulta que ahora tengo a varios hijos adolescentes bastante rebeldes y veo que les tengo que exigir y corregir con cariño. Y les estoy fomentando las mismas virtudes que tú me enseñaste. Me he acordado mucho de ti, ¡Muchas gracias!

La verdad es que me sorprendieron sus palabras. Me había quedado con la impresión que había “arado en el desierto”, particularmente con este joven (ahora padre de familia numerosa), pero no fue así. Comimos juntos en la misma mesa en una agradable y animada conversación y me impactó que se recordara perfectamente todos los consejos y orientaciones que le había dado. Es decir, detrás de su acostumbrada “máscara de indiferencia y fastidio”, había asimilando paulatinamente los consejos recibidos para su formación. Me venía a la mente aquel dicho popular, a modo de conclusión, que dice: “Más se puede lograr con una gota de miel que con un barril de hiel” (Fuente: www.yoinfluyo.com).

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