¿Cuál es el misterio de Nuestra Señora de Guadalupe?

El 9 de diciembre de 1531, Nuestra Señora de Guadalupe se le apareció a  Juan Diego (ahora santo) en el cerro del Tepeyac. Según el “Nican Mopohua”, relato escrito en Náhuatl por Antonio Valeriano entre 1540-1545. La Virgen Santísima le dijo: “Mucho deseo que aquí levanten mi casita sagrada (…). Daré a las gentes todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación. Porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva. (…) A los que me clamen, me busquen y confíen en mí (…), les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores”.

Y la generosidad de Santa María de Guadalupe se ha extendido por todos estos casi cinco siglos: con sus ininterrumpidos favores, ayudas espirituales, milagros… Por supuesto, la mayoría de ellos son cambios radicales de vida, que como se dice coloquialmente: “no son noticia”, pero la Virgen transforma sus vidas de una manera notable.

Con la magnífica labor evangelizadora de los sacerdotes y religiosos, en el centro del país, y con el decidido apoyo de la Jerarquía Eclesiástica a este hecho portentoso, la devoción de los mexicanos a la Guadalupana es realmente impactante.

Con motivo de la operación de los ojos de mi hermana de siete años, mis padres y toda mi familia viajamos de Sonora a la Ciudad de México y nos hospedamos en casa de unas tías, hermanas de mi  padre.

El motivo de tantas horas en viaje, era porque se quería contar con el auxilio de uno de los médicos de mayor prestigio y en un buen hospital, para esa delicada intervención quirúrgica.

Recuerdo que en uno de los primeros días de nuestra estancia, fuimos a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, para pedirle su especial intercesión para que mi hermana saliera bien de la operación.

Para mí fue una experiencia inolvidable entrar por el antiguo atrio –donde está la Basílica actual- y observar a decenas y decenas de personas de rodillas que se dirigían al Altar para agradecerle un favor a la Virgen Inmaculada. Esto no lo había visto jamás.

Eran madres y padres de familia que llevaban en sus brazos a niños o bebés que –en su parecer- habían sido curados por la Virgen María, y con lágrimas, rezaban en voz alta, y le  externaban a Ella su agradecimiento de todo corazón.

También venían personas mayores de los más lejanos rincones del país a rezarle. Por ejemplo, recuerdo a un hombre mayor, con muletas y una pierna enyesada,  acompañado de su  esposa y dos de sus hijos. Acudían a visitar a la Señora para darle las gracias porque había salido con vida después de un serio accidente automovilístico.

Al entrar por la puerta principal, la antigua Basílica estaba abarrotada de personas procedentes de todas las clases y condiciones sociales: unos rezaban el Rosario, otros se encontraban de rodillas mirando fijamente a la imagen de la Guadalupana; muchos más estaban haciendo cola para confesarse; unas viejecitas leían en coro unos devocionarios…

Pero quizá el clímax de mi asombro fue cuando me encontraba ya muy cerca del Retablo de Nuestra Señora y unos indígenas le rezaban diciendo dos palabras en su dialecto (mazahua, otomí, mixteco…) y otras dos o tres en “Castilla”, como le suelen llamar a la Lengua Española. Pero, haciendo un esfuerzo, se alcanzaba a escuchar y comprender que le llamaban: “Virgencita Linda”, “Madrecita del Cielo”, “Gracias, mi hijo ya no se emborracha”, “Mi esposo ya tiene trabajo”, “¡Qué buena eres con la familia: ya nació con bien mi primer nieto”!, “Yo confío mucho en Ti, en que a mi yerno me lo  vas a curar de su mal”. Otra que decía con mucha fe: “Hoy, no te vengo a pedir, te vengo a dar las gracias por tantas bendiciones que nos has dado a toda la familia, Madrecita Buena…”.

Fue una impresionante lección de fe, esperanza y amor a Dios y a la Virgen María. De ésas que dejan huella y sacuden el corazón. ¡Me gustaría tener la fe de todas estas personas tan piadosas y sencillas!-pensaba.

Y gracias a la Virgen de Guadalupe, mi hermana salió bien de su complicada operación y, pronto nos regresamos a Sonora porque ya estaban comenzando las clases escolares.

Tiempo después, me vine a estudiar mi Carrera universitaria. Seguía observando esa fe tan arraigada en Nuestra Señora. Hasta que un día, con toda sencillez, le pregunté a José Luis, un compañero de estudios, que veía que era muy devoto de la Guadalupana y uno de los mejores promedios de la clase. Le dije:

-Admiro mucho la fe de ustedes por la Virgen María. Yo no tengo esa fe, aunque lo he intentado varias veces pero siento que me sale postiza, artificial… ¿Qué puedo hacer para tenerle más cariño y devoción?

-La respuesta no es complicada.-me dijo. Te voy a poner una comparación: es como cuando conoces a un amigo o a una amiga. Si los tratas, conversas con ellos, hacen planes juntos, les comunicas tus experiencias y aficiones, los buscas, los frecuentas, les llamas por teléfono, comparten ideales similares, no olvidas de felicitarlos en sus cumpleaños o santos, salen juntos a fiestas…¡Por lógica seguirán estimándose cada vez más y, quizá, sean amistades que duren para toda la  vida! ¿Me entiendes?

Y continuó:

“Pues te recomiendo que  hagas lo mismo con la Virgen de Guadalupe. Ve al Santuario con cierta frecuencia, yo voy –por lo menos- cada mes (aunque creo que debería ir más veces y no me considero “mocho”); reza el Santo Rosario, pon imágenes de Ella en tu  habitación, en tu cartera; a las 12 del día reza la oración del “Ángelus” (luego te doy esa oración impresa), no te olvides de invocarla al acostarte rezando tres Avesmarías pidiendo por la Santa Pureza tuya, de tus familiares y amigos. A lo largo del día puedes decirle alguna frase cariñosa o jaculatoria. En la casa de mis padres, gracias a Dios, aprendí desde niño todas estas costumbres marianas y me salen con naturalidad.

Finalmente, te recomiendo paciencia porque como dice el dicho: “El que persevera, alcanza”. La fe y devoción a Santa  María se va adquiriendo poco a poco, con el paso de las semanas, los meses y  los años. Pero no lo olvides: nunca te desanimes y “ni pienses que estás haciendo teatro o comedia”.

Esos consejos de este buen amigo mío, me han servido mucho y me lo han confirmado las lecturas de libros cuyos autores son o van en camino de ser santos de altar, como: Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Sales, San Bernardo, San Juan Bosco, San Josemaría Escrivá de Balaguer, el Siervo de Dios Monseñor Juan Navarrete, los Beatos  Juan XXIII y Juan Pablo II (y pronto santos), el Venerable Álvaro del Portillo (y se espera que  pronto sea Beato), San Rafael Guízar y Valencia, el Siervo de Dios, Monseñor Luis María Martínez…

En resumen, desde 1531, por un expreso querer de Dios y de un modo silencioso pero eficaz, Santa de Guadalupe en México, el resto de los países de Latinoamérica y Filipinas- continúa con su promesa de ser una poderosa intercesora para auxiliarnos en nuestra necesidades y que cada vez seamos más fieles a Dios,  a sus Mandamientos y  a que frecuentemos más los Sacramentos (como la Confesión y la Eucaristía) para ser cristianos de tiempo completo y al cien por ciento; para tener la conciencia fina, como de quien lucha con determinación, para vencer y no caer en pecado o en las tentaciones que muchas veces nos tiende el Maligno.

En definitiva, para ser cercanos amigos de Dios y congruentes hijos de Santa María, y todo esto, luchando con mucha alegría y optimismo realista, que nos conduzca a “La Alegría de proclamar el Evangelio”, como nos ha dicho el Papa Francisco en su reciente Exhortación Apostólica, del 24 de noviembre pasado, en la Solemnidad  de Cristo Rey y culminación del “Año de la Fe”.

Se cumple al pie de la letra, lo que los Papas han dicho reiteradamente, a través de los siglos, sobre estas apariciones del Tepeyac, recogiendo las palabras del Salmo 147: “El Señor no ha hecho nada semejante con ningún otro pueblo; a ninguno le ha manifestado tan claramente su amor (Fuente: www.yoinfluyo.com).

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