Cuando creemos tener tiempo

Hace unos meses encontraba en el periódico la noticia de un adolescente de 16 años, fallecido debido a que al tratar de bajar del camión, cayó y fue arrollado por la unidad, todo indicaba que era un checador de la ruta. El chico vestía un uniforme sencillo, camisa blanca y pantalón de vestir, cinturón, zapatos. Recordé las imágenes del día anterior en que atravesé una conocida escuela al sur de la ciudad, decenas de jóvenes de entre 18 y 23 años de edad, tirados en el césped, riendo y bromeando.

El chico fallecido debía estar en la escuela como todos los demás y sin embargo se encontraba trabajando, vistiendo ropa que varios adolescentes estarían renuentes a usar, un indicativo de que realmente tenía necesidad del empleo. Las interrogantes siempre surgen: ¿Qué fue lo que lo llevo a trabajar? ¿Tenía hermanos pequeños? ¿Quién dependía de él? Aunque escribí al periódico solicitando mayor información sobre él, no obtuve respuesta alguna.

No es delito reírse con los amigos estando en la escuela, los que estudian no tienen la culpa de que otros chicos de su edad tengan que trabajar para sostenerse. Y es cierto, pero, ¿Cambiaría en algo la percepción si les digo que ambas situaciones ocurrieron el 19 de septiembre? Vi a esos muchachos poco después de ocurrido el temblor, cuando muchos otros habían muerto en sus centros de estudio, en el trabajo, en su casa o en la calle, cuando cientos de personas tratábamos de llegar a nuestros hogares, cosa que la mayoría lograría varias horas después. Como a todos, me causo dolor la tragedia ocurrida aquel día, pero ver la noticia casi en solitario de ese muchacho (cuando el temblor acaparo todos los titulares en los periódicos) me impacto profundamente, pues ningún padre debería enterrar a su hijo, los niños deberían ser niños y no adultos pequeños.

¿Quién se tira en el césped riendo a carcajadas justo después de haber ocurrido una tragedia de tales proporciones?

¿Cuántos de nosotros nos hemos comportado en la vida tan despreocupadamente como aquellos jóvenes mientras otros sufren?

¿Cuántos mueren diariamente haciendo su mejor esfuerzo cuando todavía son niños y nosotros estamos plácidamente instalados en este mundo?

Reímos como en el circo romano, tan pagados de nosotros mismos.

Todos sabemos que la vida continua pero a veces estamos tan absortos en nuestras actividades diarias que damos por sentado que estaremos aquí el día de mañana, que subiremos al autobús, que caminaremos seguros en la calle, que llegaremos a nuestro trabajo,… que ya tendremos tiempo de ir a confesarnos con el sacerdote y que luego comulgaremos, la próxima semana, el mes entrante…

Si Dios nos llama ante su presencia ¿Cómo nos encontraría? ¿Cuánto tiene que no hacemos un verdadero examen de conciencia tan necesario para una buena confesión? ¿Cuánto hace que dejo de importar el comulgar en estado de gracia y saber a quién recibimos en la Sagrada Comunión? ¿Cuándo fue la última vez que rezamos por nuestros difuntos?

Abra el catecismo, haga ese examen de conciencia, acuda al sacerdote, procure que sus hijos hagan lo mismo. Hágalo cuando aún hay tiempo pues llegara el día en que… será demasiado tarde. Nadie tiene la vida comprada.

Bien se nos ha dicho: “Velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos”…

 

Alexa Tovar alexatovar2017@yahoo.com

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