Según está de moda decir en estos días, nos encontramos en la época de la “post-verdad”, que como su nombre indica, conlleva un profundo desprecio por la realidad de las cosas y por la lógica misma que ella trae aparejada.
Sin embargo, por muy agradable que lo anterior pueda resultar para una serie de anhelos, una actitud semejante tiene demasiados riesgos para que sea aconsejable adentrarse por sus hipnóticos caminos, que cual canto de sirenas, hacen que quienes los siguen terminen encallando contra los roqueríos de la dura realidad.
No obstante, el anterior problema se agrava aún más en la actualidad, puesto que no es infrecuente que diversos sectores aboguen por imponer algunas de estas quimeras incluso por la fuerza coactiva del Estado, de lo cual en definitiva, nada bueno puede surgir.
De hecho, tal vez uno de los ejemplos más llamativos del último tiempo, sea el caso de un sujeto casado y padre de 7 hijos, que a los 46 años consideró no solo que era transexual, separándose de su familia, sino además, ¡que era una niña de 6 años! Incluso fue adoptado y ha cambiado de edad más de una vez.
Ahora bien, al margen que una situación semejante hace sospechar algún tipo de trastorno mental (pues el sujeto tiene ahora 50 años y sigue considerándose de 6), este curioso caso ha sido tomado por los defensores de la ideología de género para impulsar su agenda, pues como se sabe, para esta corriente el sexo de cada uno no es un dato biológico, anclado en la realidad genética más profunda de nuestro ser, sino un asunto cultural, motivado desde su perspectiva por una serie de estereotipos artificiales, absurdos y opresores, que por ello deben ser superados para lograr la completa libertad del individuo.
Ahora bien, más allá del tema sexual involucrado, lo que mayormente nos llama la atención en el presente caso, es que lo que el sujeto siente no se limite solo a su ser, sino también al tiempo, al pretender encontrarse en otra etapa de su vida. De esta manera, se romperían no solo las barreras de la materia y la biología, sino también las del tiempo, con lo cual la ya notable escisión del sujeto respecto de la realidad sería aún mayor de la que hasta ahora se ha pretendido.
Sin embargo, si la realidad no importa y ha sido echada a la basura, ¿qué impide que un sujeto sienta que su verdadera identidad es la de un animal o incluso la de un ser inanimado? Si todo depende de lo que cada cual crea o quiera, ¿por qué sus deseos debieran estar limitados únicamente a los contornos de la especie humana? Si la realidad y por consiguiente la verdad (que es la adaptación del conocimiento a la misma) no existen, ¿por qué imponer límites de cualquier tipo a los anhelos de la gente? ¿No sería ello una discriminación arbitraria?
Max Silva Abbott Doctor en Derecho Profesor de Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
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