Recientemente falleció el legendario magnate Hugh Hefner, quien creó la conocida revista pornográfica Playboy, ícono de la revolución sexual del siglo XX. Su última esposa incluso lo llamó “Un héroe estadounidense. Un pionero. Un alma humilde que abrió su vida y su hogar al mundo”.
Pocos saben o pocos quieren enterarse que Hugh Hefner tuvo una participación activa en la legalización del aborto en los Estados Unidos, como él mismo expondría “Nosotros fuimos los amicus curiae” en el caso Roe vs. Wade, en 1973, que concluyó con una sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos que abrió las puertas al aborto en todo el país”. Hugh Hefner financió este caso, que se baso en una mentira sobre la violación grupal de Norma McCorvey (Jane Roe), para legalizar el aborto en aquel país.
El éxito que tuvo este hombre nos habla mucho del lodazal de la sociedad, porque aunque nos pese, gran parte fue debido a la complicidad de las masas ignorantes y/o negligentes. No han faltado los que han salido en su defensa, “no hay porque juzgar”, “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra” o “si tú no has cometido pecados entonces puedes opinar” y “no tienes amor por el prójimo, solo sabes odiar, debería darte vergüenza”.
No juzgar es, para muchos, callar en el sentido más lato. Pues bien: Callar NO es caridad, mirar hacia otro lado NO es caridad, juzgar los actos NO es condenar, decir la verdad NO es odiar. La caridad a la que muchos apelan hoy no es más que una deformación de lo que realmente es esta virtud, pues se traduce en pasividad ante el mal que ejerce el prójimo sobre sí mismo y sobre los demás. El “No juzgues” va unido a “Vete y no peques más”, pero nos gusta leer solo lo primero para borrar -con todo el dolo- lo segundo. ¿Cuántas veces no habremos sentido nuestro orgullo y amor propio heridos ante una corrección (independientemente de si ésta fue hecha con delicadeza o no)?, reaccionamos a la defensiva, solo para reconocer, a la postre, que nos hicieron un bien al cambiar y enriquecer nuestro entendimiento sobre un tema crucial o incluso cambiar el rumbo de la propia vida.
La caridad es la más excelente de todas las virtudes que va indefectiblemente unida a la verdad. Se manifiesta con las obras de misericordia, que se dividen en corporales y espirituales. Dentro de estas últimas está la corrección fraterna. Ahora bien, para llevarla a cabo es necesario darse cuenta de que el prójimo está actuando mal, pero si no sabemos (o no queremos saber) cuándo está actuando mal ¿Cómo es que vamos a ejercer dicha corrección fraterna? ¿Cómo podemos decir que amamos al prójimo si dejamos que se pierda frente a nuestros ojos? Nuestra deformada percepción de la caridad, la verdad y el amor nos ha llevado a tolerar los males del mundo casi como una obligación.
Amar al prójimo es, sin duda alguna querer su bien en todos los sentidos, corrigiéndolo cuando sea necesario. No se puede hacer nada por Hugh Hefner excepto orar por su alma y encomendarlo a la misericordia y justicia de Dios. En cuanto al emporio que construyó, es nuestro deber combatirlo sin tregua alguna. Quien pretenda que con su muerte todo termina… yerra pues el mal que sembró fue universal y hecho raíces profundas: cosificación de la mujer, difusión de todo tipo de obscenidades, su apoyo a la legalización del aborto, étc. Muchos no solo temen sino que incluso se avergüenzan de decir una palabra firme en defensa de la castidad, el matrimonio, la piedad, la vida en el vientre materno y la Iglesia, ya no digamos en una revista, sino simplemente en las redes sociales, otros más se burlan. Ha resultado más cómodo mirar hacia otro lado y pretender, bajo una falsa caridad acallar todo lo que tenga que ver con decir la verdad respecto al mal que hay en el mundo.
Hemos olvidado que somos responsables por nuestro prójimo, de ello habremos de dar cuentas graves a Dios. Cuando pensemos que sería mejor dejar todo como está, nos vendría bien recordar las palabras de San Pio X: “La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las convicciones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material.”
Siempre podemos corregir el camino y actuar como nuestro Padre lo pide: amando al prójimo en la caridad y en la verdad.
Alexa Tovar
alexatovar2017@yahoo.com
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