Cuando se pierde la brújula

Resulta notable lo que puede ocurrir en una sociedad cuando los parámetros de lo bueno y lo malo dejan de tener una raigambre objetiva y se considera que ello depende exclusivamente de lo que estime cada sujeto. Sin embargo, tal vez resulten más increíbles los argumentos que se esgrimen cuando las consecuencias de lo anterior escapan de todo control y llegan a lo patológico. Lo siguientes ejemplos resultan muy ilustrativos.

En 2010, en Holanda se aprobó una ley que prohíbe el sexo con animales, también en situaciones privadas en las cuales éstos no resulten heridos. Antes esta práctica era legal, siempre que se comprobara que los animales no sufrían daño como resultado de la misma.

El Parlamento danés aprobó este año una reforma de la ley de protección de los animales para prohibir la zoofilia, pues al igual que en Holanda, antes sólo se castigaba en caso que éstos sufriesen daños y se considerara que había existido un ataque en su contra. Ahora, en caso de duda, debe beneficiarse a los animales y castigarse esta conducta.

También este año, el Tribunal Constitucional Alemán ha ratificado la prohibición de tener sexo con animales, ya que el bienestar del animal está sobre el apetito sexual del ser humano. Lo anterior, como fruto de una demanda de personas que exigían la licitud de esta práctica, amparándose en la libertad sexual. Sin embargo, este tribunal estimó que debe primar la protección a los animales.

Por su parte, y a fin de equiparar su legislación a las directivas de la Unión Europea, también este año Suecia amplió por ley la prohibición de la zoofilia, pues hasta entonces, igual que en el caso de sus vecinos, ella sólo era considerada ilegal en caso que se probara que el animal había sido víctima de maltrato o sufrimiento. Ahora incluso se permitirá a los veterinarios hacer una denuncia con más facilidad en caso de sospecha.

Finalmente, en febrero de este año, la juventud del partido liberal sueco ha propuesto legalizar la necrofilia, exigiendo eso sí, el previo consentimiento de quien quiera donar su cuerpo para ello. A fin de cuentas, si “mi cuerpo es mío”, como suele decirse, se puede hacer con él lo que se quiera, incluso después de muerto.

Y los ejemplos podrían seguir. Mas lo curioso, como se ha dicho, es que en ninguno de estos casos se diga lo evidente: que se trata de conductas aberrantes no por el sufrimiento animal o la libertad de disponer del propio cadáver, sino por el uso de la sexualidad que conllevan, al punto que cabe sospechar la existencia de patologías serias de quienes las practican. Pero decir esto hoy en día parece demasiado.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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