En los días previos a la Navidad la nieve caía abundantemente. El paisaje, especialmente en los parques y en los bosques, era hermoso. Las techumbres de las casas lucían blancas. La gente por la calle y en los comercios –muchos de ellos dedicados a la agricultura y a la ganadería- se encontraban felices y decían: “Año de nieves, año de bienes”. Debido a que el próximo año habría agua en abundancia para sembrar y para las faenas del campo.
Los niños habían salido ya de vacaciones. En la casa de la familia Salazar, los jóvenes y pequeños se encontraban muy entretenidos: Juan Pablo, de 16 años, veía películas en la televisión; Mauricio –quinceañero y gran aficionado a la música- se dedicaba a bajar muchas melodías; Paty, que tenía 14 años y era bastante comunicativa, no paraba de chatear en su computadora; Daniel, de 13, solía pasarse horas hablando y enviando mensajes por su celular y Ale, la más pequeña con sus 9 años, estaba muy divertida con un nuevo videojuego.
La casa tenía una temperatura agradable debido a la calefacción, pero afuera había un promedio de cero grados centígrados. Y los indigentes, que no tenían esa comodidad, la pasaban mal.
Un día, los padres de la familia, José Luis y Marcela, les dijeron a sus hijos:
-Tienen que dar muchas gracias a Dios porque nunca les ha faltado nada. Pero hay gente que sufre, está sola y no tiene cariño. Revisen sus closets y saquen toda su ropa y juguetes en buen estado porque vamos a ir a un orfanatorio a visitar a niños pobres y que viven en el abandono…
No habían terminado de hablar cuando Juan Pablo y Paty comenzaron a presentar excusas diciendo que tenían reuniones con amigos durante esos días y no tenían tiempo para eso. Ale, la más pequeña, concluyó que no quería dejar sus muñecas ni sus videojuegos.
El papá los animó a ser generosos, diciéndoles que antes que pensar en sus cosas, deberían de acostumbrarse en preocuparse por las necesidades de los demás.
Así que al día siguiente, juntando ropa y juguetes, y los niños francamente de mala gana, salieron rumbo al orfanatorio. Al llegar los esperaba la directora, la Madre Mercedes, una religiosa con su hábito blanco y muy sonriente, de unos 50 años.
En un principio, los chicos se cohibieron y no querían bajarse de la camioneta. La Madre, entonces, los animó y les dijo:
-Bajen ya, que los niños los esperan.
Entonces Paty y Ale se dirigieron hacia donde estaban las niñas, acompañadas de sus antiguas muñecas.
-Hola, le dijo Paty a la primera que se encontró. ¿Cómo te llamas?
-Lolis. –le respondió.
-¿Quieres una muñeca?
-Primero quiero un sweter porque tengo mucho frío.
De inmediato, Paty sacó de su enorme bolsa un precioso sweter rosa y se lo puso.
-Nunca he tenido una muñeca en mi vida –añadió Lolis.
-¿Por qué? –preguntó asombrada Paty.
-No sé quiénes son mis papás y me dejaron aquí desde recién nacida.
-Entonces toma ésta y también otra que te guste –le dijo Ale conmovida.
Y así continuaron visitando a otras pequeñas que con su mirada mostraban una alegría enorme por aquellos inesperados regalos.
Mientras tanto, Juan Pablo, Mauricio y Daniel se encontraban en el pabellón de los niños.
-¿Te gusta el futbol? –le preguntó Juan Pablo a un niño.
-Sí y le voy al “América”.
-¡Yo también! Te voy a regalar este balón y una playera del “América”.
-¿Para mi solito? –preguntó el niño radiante de contento .
-Bueno, el balón es para que lo compartas y juegues aquí con tus compañeros.
Otro niño se acercó y comentó que le gustaría tener un videojuego. A Mauricio le costó desprenderse de su juguete favorito pero finalmente se lo entregó al pequeño con gusto.
-Mira, toma éste y te voy a enseñar cómo se juega.
Otros preferían que se les entregaran chamarras, bufandas, camisas y pantalones de lana…
Un pequeño del orfanatorio, preguntó que Mauricio si no le sobraban unos guantes.
Había unos abrigadores guantes negros y el pequeño exclamó con alegría:
-¡Por fin voy a poder jugar en la nieve!
La mamá de los chicos, Marcela, les preparó a los pequeños del orfanatorio un delicioso chocolate caliente, mientras que el papá, José Luis, les entregó bolsitas con dulces y chocolates, con la ayuda de todos sus hijos.
Así transcurrió esa mañana. La Madre Mercedes les dio las gracias. Ya de regreso, en la camioneta, la pequeña Ale le comentó a su mamá que el próximo año cuidaría mejor sus muñecas para traerlas a las niñas. Juan Pablo y los demás chicos comentaron que querían venir con más frecuencia. Paty no decía nada, solamente le salían gruesas lágrimas y se las enjugaba.
-¿Por qué lloras, hija mía? –le preguntó Marcela.
-Estaba muy a gusto encerrada en mi casa, pero nunca pensé que podría hacer felices a tantas niñas con mi colección de muñecas y ropa, y dedicándoles un poco de mi tiempo. ¡Hoy ha sido el día más feliz de mi vida y quiero volver todos los años!
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