Cumbre sobre el Cambio Climático

En estos días se ha dado inicio a la Cumbre sobre el Cambio Climático (COP 21), que buscará poner de acuerdo a más de 150 líderes del mundo a fin de superar los resultados del Protocolo de Kioto.

Como se sabe, el tema del calentamiento global es polémico. No solo porque existen grupos –minoritarios, por cierto– que niegan su existencia, sino además, porque entre los que lo consideran real, no todos estiman que el ser humano sea su único o principal responsable. Con todo, si se analizan ambas posturas, y de ser este fenómeno tan dañino como se especula, aunque parezca curioso, sería menos malo que fuera ocasionado por el hombre a que se debiera a causas naturales. Ello, porque aun cuando costara, se podría hacer bastante más por revertir el proceso en el primer caso que en el segundo.

Ahora bien, al margen de lo que pueda acordarse, es imposible no percibir aquí algo así como una esperanza mesiánica en las decisiones que surjan en este encuentro: una especie de varita mágica que permitiría enfrentar el asunto de manera más o menos exitosa.

Se olvida, sin embargo, que los principales agentes de cambio no son tanto los gobiernos, las leyes o los tratados, sino las personas concretas, nosotros mismos, como habitantes de un mundo cada vez más globalizado. Porque en el fondo, no se saca mucho si no existe un cambio de actitud y de comportamiento nuestro, que obsta decirlo, exige sacrificios y renuncias. Pero no, da la impresión que muchos pretenden seguir con su estilo de vida –marcado por la economía del despilfarro y del descarte– y buscan endosar toda la responsabilidad y las posibles soluciones a la labor de las autoridades. Lo cual además, es una plataforma ideal para no asumir compromisos y poder criticar fácilmente cualquier resultado que se obtenga, ya que evidentemente, siempre podría ser mejor.

Por eso hay que estarse con cuidado sobre los acuerdos que en definitiva salgan de esta cumbre. Porque, se insiste, la solución está en nuestras conductas y no en una disminución forzada de la población mediante políticas antinatalistas despiadadas o camufladas, ni tampoco en impedir el desarrollo de los países pobres, mientras los poderosos siguen contaminando, aun cuando paguen por ello o se esfuercen por mitigar este proceso.

Es decir, si la Tierra es de todos, no puede ser que por el bienestar de algunos, se prescinda o se coaccione a los más débiles, pues esto no solo sería la imposición de los más fuertes, sino que en el fondo, una completa farsa. Si el problema es real y es de todos, la lucha contra el mismo debe ser, igualmente, tarea de todos, cada cual de acuerdo a sus posibilidades y a su grado de responsabilidad.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

Deja una respuesta