Ya desde los años treinta del siglo pasado, un conocido refresco de cola difundió masivamente la imagen de un viejo regordete, con chapas en las mejillas, el cabello y las barbas blancas como la nieve, gordinflón, montado en un trineo empujado por unos renos y de cargamento, unas bolsas grandes y con un ridículo traje rojo y blanco. El comercial musicalizado que se dio a conocer entonces por la radio fue: “Jo, jo, jo, yo soy Santa Claus; traigo muchos juguetes para navidad…”.
Es una lamentable caricatura de San Nicolás de Bari quien fue un obispo ejemplar que, entre otras muchas labores pastorales, se distinguió por su servicio abnegado y desinteresado por los más pobres en tierras de la actual Turquía.
Y desde luego nada tiene que ver con esa imagen que nos muestran por todas partes: en los centros comerciales, en las plazas, en los medios de comunicación… Es increíble, pero el hacer negocio de las fechas navideñas comienza desde mediados de octubre.
En lo personal me resulta molesto cómo se ha banalizado la Navidad hasta convertirla en una muestra clara de una sociedad de consumo y materialista que logra meter en la cabeza de los niños tal o cual juguete cibernético, muñecas pero de una marca específica, etc. y los transforma en “pequeños dictadores” que no sólo piden, sino que “exigen” a sus padres esos regalos; de lo contrario, viene la amenaza del chantaje con un tremendo berrinche.
En algunos hogares o empresas, Navidad es sinónimo de intercambio de regalos, o peor aún, de interminables borracheras entre las amistades con las llamadas “pre-posadas”, “posadas” y “post-posadas”.
¿De quiénes se ríe Santa Claus? (Santo Clós, se pronuncia en México) De los millones de ingenuos que caen en las garras de esa engañosa publicidad mercantilista: “si usted compra muchos de estos objetos anunciados, pasará una feliz Navidad”, parece ser el contenido de fondo.
Cabría preguntar entonces, ¿Y del Nacimiento de Jesucristo nadie se acuerda? Porque sólo se observan esferas, muñecos de nieve con sombreros negros y altos con bufandas, árboles con múltiples focos de colores, trineos, renos… y las tiendas llenas de personas comprando compulsivamente, en bastantes ocasiones, objetos que en realidad no necesitan porque son superfluos o una adquisición por mero capricho.
El Adviento es tiempo de preparación para el Nacimiento del Mesías esperado, el Emmanuel (“Dios-con-nosotros”). Hay que mantener este idea fundamental en los hijos y en las familias. Y preservar las tradiciones, como: la Corona de Adviento, la mexicanísima costumbre de “Las Posadas” que aprendimos de niños con los Peregrinos: Jesús, María y José, rezando el Rosario, cantando las Letanías y “pidiendo posada”; colocar en un lugar importante del hogar el Nacimiento para que ayude a los miembros de la familia a meditar frente al Belén y encariñarse con el Niño-Dios.
Lo verdaderamente trascendente es que vivamos este tiempo de conversión interior mediante una mayor oración, pequeños actos de penitencia, haciendo un detenido examen de nuestra vida y acercándonos al Sacramento de la Reconciliación y recibiendo con frecuencia al Señor en la Eucaristía.
Se trata de vivir estas fiestas con mucha alegría y buen humor, pero con sobriedad y templanza en el comer y en el beber. Haciéndonos regalos que agraden a los demás, pero no con un afán de derrochar el dinero sino imitando la pobreza y el desprendimiento de la Sagrada Familia.
Finalmente, los propósitos para el año venidero. Es un año más de vida que Dios nos regala y no podemos desperdiciar ese valioso tesoro del tiempo que se nos va rápidamente, como agua entre las manos, sino que tenemos que aprovecharlo, llevando una vida de lucha por mejorar un poco más cada día y realizar con los hijos obras en servicio del prójimo para imitar a nuestro Modelo que es Cristo, como nos pide el Papa Francisco.
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