Cuatro semanas después del terremoto devastador de la Ciudad de México, deseo compartir algunas reflexiones finales sobre ese momento parteaguas en nuestra historia. Si me permiten hacer un juego de palabras con la canción de Bob Dylan Blowing in the wind, me gustaría volver a reconocer los héroes del terremoto de México, y abordar un tema de heroísmo en el día a día. Dice así la canción: Where have all the soldiers gone, ¿a dónde se han ido los soldados? ¿Qué pasó con todas aquellas personas que surgieron de la nada, y ahora aparentemente se han hundido en el olvido, en su mayoría sin ni siquiera recibir un abrazo en reconocimiento?
Antes de disgustar la industria musical plagiando el clásico de Dylan, mi primer reconocimiento es para mis héroes personales de U2. En mi primer escrito, les pedí donar parte de las ganancias de su gira en la Ciudad de México a una organización de ayuda humanitaria no gubernamental. La banda de rock irlandesa dio dinero para 2,000 refugios temporales al grupo judío de alivio Cadena. Además del apoyo económico, les agradezco por sus palabras que inspiran a México, lo que dio esperanza en medio de unos momentos muy oscuros. Por los canales que hicieron llegar mi petición a Bono, pido que se vuelvan a abrir para darle las gracias en mi nombre, sobre todo por invitarnos a dejarlo ir, y así encontrar un camino, a través de este desastre (palabras de la canción Bad).
En una cena de voluntarios de Alvaro Obregon 286, Mariana compartió su convicción de que este terremoto nos ha traído muchos regalos, envueltos en el peor papel de envolver (cada lector tiene la libertad para añadir el explicativo que quiera al desastre, como bueno católico confieso de haber dicho algunos con respecto a ese horrible momento). Mi amistad con Mariana y muchos más como ella es uno de los muchos regalos que desenvolví en Álvaro Obregón 286. Como Shakespeare escribió en aquel memorable discurso antes de la batalla de Agincourt en su obra Enrique V “los viejos olvidan y así todo será olvidado.” Muchos héroes viven en mi memoria, y espero no perder nunca el don de su amistad, forjada en medio del dolor tan terrible y de la impotencia humana. Este último escrito es para recordarlos y apreciar ese don que me ha cambiado la vida.
El primer grupo de héroes que quiero conmemorar son las familias de las víctimas. Su resistencia y fuerza de voluntad aguantó días interminables de espera y de esperanza de recibir a sus seres queridos desde debajo de los escombros. Nunca olvidaré la fortaleza de Maricela después de haber reconocido el cuerpo de su hijo Martín. Si apenas yo podía contenerme, ella pensó como buena madre en sus otros cuatro hijos en medio de un conflicto familiar, en su nuera y su recién distanciamiento de Martín, los dos niños pequeños dejados sin papá… Al igual que Maricela, tantas familias no pueden volver a la vida de antes del 19 de septiembre, porque hay un cuarto dejado vacío en sus hogares. Mis primeros pensamientos y más profundos respetos van a esos héroes, que tienen que enfrentarse a cada nuevo día, y especialmente cada noche vacía sin conciliar el sueño, por ya no tener a su ser querido.
Se ha escrito mucho, incluso a nivel internacional, sobre la generosa respuesta de los mexicanos al ayudar a lo largo de esta emergencia. Corro el riesgo de repetir lo mismo de mi primer escrito, pero se les debe una mención de honor. Este grupo incluye a todos, desde rescatistas y bomberos, hasta la pequeña Isabel que ayudó a su mamá a comprar golosinas para los niños y las familias dejados sin hogar. ¡Cuántas personas realmente de buen corazón que respondieron a la llamada de auxilio, dando su tiempo, energía, talento, creatividad, cocina y el típico buen sentido de humor mexicano por la causa! Esa llamada de auxilio vino de una voz llamada humanidad, una voz que nos une más allá de las religiones y razas, y nos mueve cuando un hermano o una hermana está necesitado. Saludo a la humanidad de todos los mexicanos y residentes en México que prestaron atención a esa voz, y dejaron de lado todo lo demás para ayudar a su compañero caído. Como un cura católico, mi respuesta fue simplemente parte de mi trabajo; los héroes fueron los que no tenían ningún deber por cumplir, y así mostraron la profundidad de su humanidad que resonaba dentro de ellos.
Esa voz de humanidad me lleva finalmente a la pregunta central: ¿Qué pasó con todos esos héroes? Varios amigos de Álvaro Obregón tratamos de mantenerse en contacto y reunirnos una vez por semana, aunque sea sólo para apoyarnos mutuamente a superar el estrés post-traumático. Pero la vida continúa, y nuestros caminos se van separando. ¡Cómo deseamos poder estar juntos y seguir salvando el mundo de Álvaro Obregón 286!, pero para nuestra suerte, nuestras familias y trabajos nos llaman de nuevo a la realidad. ¿Dónde están los héroes? Están pasando esta tarde de domingo con su familia en el parque; están preparándose para otro lunes en la oficina; están en terapia psicológica tratando de volver a su rutina de sueño habitual. Los héroes que yo conozco están de vuelta a ser humanos. Fue la humanidad de Franco que me dio su hombro para llorar después de la misa de funeral de Martín. Y es esa misma humanidad que tiene a Franco terminando un proyecto de filmación. Mis héroes están respondiendo a las llamadas mundanas y diarias de humanidad, las que nos hacen crecer y nos preparan para entrar en acción cuando sea necesario. Y estos héroes de humanidad no tienen necesidad de aparecer en programas de televisión como héroes; su humanidad ya les ha dado su placa, y nadie les quitará esa insignia de héroe. Ojalá y sigan respondiendo la llamada de humanidad en los actos más cotidianos, vividos con gran humanidad.
Este escrito está muy lejos de todo lo que mi corazón les gustaría decir a mis héroes de Álvaro Obregón 286. Tal vez por eso las lágrimas me salen de manera inexplicable al escribir esto. Mis oraciones por ustedes, los héroes tanto de las familias de las víctimas como de humanidad. Que Dios alivie su dolor por el miembro perdido de su familia, que les bendiga abundantemente a cada uno de ustedes por haber respondido al llamado de humanidad, y que se llenen de la paz de haber sabido amar a su prójimo, extraño o conocido, más que a sí mismo.
Peter Mullan, LC
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