Edith Stein: De filósofa judía a mártir católica en Auschwitz

Edith Stein nació en Wroclaw, Polonia en 1891. Su familia era de religión judía. En 1911 comienza a estudiar Historia y se interesa por los derechos civiles de la mujer, así como su derecho al voto.

En 1913 ingresó a la Universidad de Gotinga, donde estudió Filosofía. Tuvo como maestro al célebre filósofo Edmund Husserl, fundador de la corriente Fenomenológica. Este pensador tuvo gran influencia sobre Edith al punto de considerarla como una de sus discípulas más destacadas. Elabora una antropología fenomenológica y publica varios libros y ensayos, entre los que destacan: La Estructura de la Persona Humana e Individuo y Comunidad.

En esta universidad logra tener una noción más clara de la fe católica. En pocos años, varios discípulos de Husserl se convierten al cristianismo. Este hecho hace reflexionar a Edith y comienza realizar diversas lecturas en torno a esa inquietud espiritual.

Sus dudas se centraban sobre todo en el hecho de que la ‘verdad’ alcanzada a través de la filosofía de su maestro Husserl, no le satisfacía plenamente. En 1921 visita la casa de unos amigos. Mientras el matrimonio sale un rato a realizar algunas compras, Edith se encuentra sola y con una bien surtida biblioteca. Le atrajo especialmente un libro: la Autobiografía de Santa Teresa de Jesús. De pronto –a mitad de la lectura de este texto- se iluminó su entendimiento y concluyó con una afirmación rotunda: “En el cristianismo se encuentra la verdad plena, que tanto tiempo llevo buscando”. Fue el inicio de su conversión.

Al día siguiente se presentó ante el párroco de una iglesia católica y le comunicó sus deseos de convertirse al cristianismo. El sacerdote le proporcionó varios libros para que se preparara bien en este importante paso. En enero de 1922 fue bautizada.

A partir de ese momento, se inicia una nueva etapa en su pensamiento filosófico. Se dedica intensamente al conocimiento de las obras de Santo Tomás de Aquino y del Beato Duns Scoto. Como resultado de sus investigaciones, publica su libro Ser Finito y Ser Eterno, donde desarrolla una metafísica inspirada en la filosofía de Santo Tomás de Aquino y en la Fenomenología de Husserl.

Pero su inquietud espiritual continuaba en aumento. Después de muchas ponderaciones y consultas, decide ingresar en el Convento de las Carmelitas Descalzas -en 1932- con el nombre de Sor Teresa Benedicta de La Cruz.

Por esos años escribe un libro de singular profundidad, titulado La Sabiduría de la Cruz en el que aborda diversos aspectos del dolor, la enfermedad y el sufrimiento, enmarcado dentro de la Cruz de Jesucristo. Recibe clara influencia de los grandes místicos del Siglo de Oro de la Literatura Española: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.

En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial. Comienza la persecución de los nazis contra el pueblo judío. En ese tiempo escribe: “Al escuchar casualmente hablar en un salón sobre las persecuciones de los hebreos, comprendí de repente que Dios había posado su mano en su pueblo y que la suerte de este pueblo era también la mía”.

Al poco tiempo, sus superioras la envían a Holanda, donde parece estar fuera de peligro. Sin embargo, por esa época los obispos alemanes publican una carta pastoral en la que denuncian y condenan las eutanasias practicadas por los nazis. Debido a ello, se desencadenaron una serie de represalias contra esos eclesiásticos y los católicos, en general.

El 2 de agosto de 1942, Sor Teresa Benedicta fue arrestada por la Gestapo junto con su hermana Rosa, también convertida al catolicismo. Pronto, los nazis descubren su ascendencia judía. Una semana después es enviada al campo de concentración de Auschwitz. Allí se hizo cargo de inmediato de los niños, cuyas madres se encontraban enfermas. Los alimentó, los lavó y los cuidó, como si fueran sus propios familiares. En resumen, desarrolló una intensa actividad con abundantes obras de misericordia y caridad.

Tenía entonces 51 años y no tenía una condición física robusta para ejercer trabajos forzados. Debido a ello, la condenan a muerte en las tristemente célebres regaderas de ácido cianhídrico. Murió de forma casi instantánea, ese mismo mes de agosto.

Al recibir la condena, Sor Teresa Benedicta se percató que moriría mártir de la fe cristiana. Recibió la noticia con gozo y paz. Se preparó espiritualmente con mucha oración y mortificación.

En su interior pensaba: “La ilimitada y amorosa devoción a Dios y el don por el cual Dios se da a ti son la mayor elevación de la que el corazón es capaz, es el mayor grado de la oración. Las almas que han alcanzado tal grado son realmente el corazón de la Iglesia”.

Ofreció, también, su holocausto por la conversión del pueblo judío y para alcanzar la salvación y la misericordia tanto para los perseguidos como para los perseguidores.

Sobre su martirio escribió también: “No es la actividad humana la que puede ayudarnos, sino la Pasión de Cristo. Deseo participar en ella”. (…)”Sólo se comprende la Ciencia de la Cruz, cuando se ama profundamente”. Y repetía la antigua frase cristiana: “Salve Cruz, esperanza única”, atribuida al Apóstol Andrés cuando –siguiendo los pasos de Jesucristo- se encaminaba a su martirio para ser clavado en una cruz.

En 1987 fue beatificada por el Papa Juan Pablo II considerando su vida como una mujer, hija de Israel, Mártir por la fe en Cristo y Víctima del exterminio judío. En 1998, este mismo Romano Pontífice, en la Basílica de San Pedro en Roma, la canonizó como Mártir y la declaro Co-Patrona de Europa, junto con San Benito.

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