Siempre que inicia un año la gente procura fijarse metas, propósitos, algo bueno a llevar a cabo. Hacemos una lista mental o escrita sobre lo que queremos, motivados por cumplir la mayoría de ellos, desde los referentes a la salud, como dejar de beber, dejar de fumar, hacer ejercicio, aprender natación, hasta los que tienen que ver con las cuestiones materiales como comprar un auto, pagar deudas, ahorrar, ir de vacaciones a ese hermoso lugar con el que soñamos siempre. Nuestra lista, corta o larga tiene que ver siempre con aquello que nos haga felices, más sanos y mejores personas.
Esto último es lo que más puede llamar la atención, ser mejores personas, buenas. Pero ¿qué significa para el mundo ser buena persona? Probablemente alguien con un buen trato, educado, generoso, gentil, responsable y que no molesta a nadie.
Sin embargo, la creencia de ser buena persona ha socavado tanto la fe de gente católica que no es de extrañar ver a un sinnúmero asistir a Misa pero no comulgar, en otros casos comulgar pero no haberse confesado en muchos años, como si el comulgar fuese un premio que hay que tomar cada fin de año, para “cerrar bien”, los hay quienes piensan que confesarse solo con Dios basta (entiéndase en una conversación “directa”).
Se cree que mientras no robemos, matemos, droguemos, no molestemos a nadie y hagamos algo bueno por alguien, ya con eso bastara. Con el pasar del tiempo vamos haciéndonos una religión ajustada a nosotros, mezclándola con otras creencias, somos sincretistas como el que más y pronto nos encontraremos viviendo en ese estado vegetativo por años.
Pues bien, erramos totalmente.
El católico no debe aspirar a ser buena persona pues un ateo, un agnóstico, un judío, un luterano o un budista puede ser buena persona, no, un católico debe aspirar a ser santo.
Sí, sé que a muchos les puede resultar risible, o quizá poco creíble, se piensa que lo de ser santos es para seres extraordinarios, perfectos, cuando serlo está al alcance de todos.
El propósito de nuestras vidas es llegar a ser santos. (Léelo varias veces)
En los propósitos de año nuevo deberíamos tener en primer lugar esto. Podemos empezar por tomar en serio nuestra relación con Dios. Acercarse a los sacramentos es siempre ineludible. Pedir perdón Dios por todo aquello en lo que le hemos ofendido, pues buscamos frecuentemente la salud corporal pero rara vez nos ocupamos de la salud de nuestra alma, decimos amarle pero olvidamos que todo amor verdadero lleva consigo el compromiso: amémosle practicando los sacramentos, los mandamientos, las virtudes cristianas, orando, asistiendo a Misa con la debida disposición y comulgando siempre que estemos en estado de gracia. Alimentemos nuestra fe católica. (Pongo especial énfasis en ello porque no tienen idea de la cantidad de católicos que lo “olvidamos” convenientemente más de una vez en la vida).
Nunca pensemos que el ser buena o una mejor persona es suficiente (eso está bien para los hombres de este mundo), el católico no es de este mundo, su patria es el cielo.
Iniciemos el año bien, con nuevos bríos, con metas, con ilusión, pero siempre y antes que nada, iniciemos este año y todos los demás con Dios Nuestro Señor y Nuestra Madre Santísima. Sabiamente decía Gilbert Keith Chesterton: “El objetivo de año nuevo no es que tengamos un nuevo año, es que debemos tener un alma nueva”
Y tenemos otra oportunidad para llevarlo a cabo… aprovechémosla.
Alexa Tovar alexatovar2017@yahoo.com
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