Muchos le llaman el dolor que no tiene nombre, porque al parecer no existe una palabra que defina la pérdida de un hijo. El dolor es tan profundo que marca para siempre la vida de los padres. De la noche a la mañana, todos los sueños y las promesas se ven destruidos. Los padres jamás deberían enterrar a sus hijos.
María Fernanda era hija única, licenciada en ciencias de la comunicación, trabajaba en el área de recursos humanos en una empresa, ahí conocería a Alejandro, pedagogo que impartía capacitación al personal. Sus familiares coinciden en que fue amor a primera vista; no pasaría mucho tempo antes de que salieran juntos y decidieran casarse. Contrajeron nupcias el día sábado; al día siguiente, el 23 de junio se llevaría a cabo la fiesta por el enlace matrimonial. Cuando ambos se trasladaban a la cita de maquillaje que ella tenía prevista, su auto fue embestido por otro que iba a exceso de velocidad. Debido al impacto, el auto fue destrozado y reducido a la mitad, su muerte fue instantánea. El conductor del otro automóvil era un joven de 20 años, Joao Malek, jugador de fútbol que aquella mañana conducía en estado de ebriedad y a gran velocidad el auto que impactaría al de los recién casados, arrastrándolos varios metros.
Con frecuencia los medios de comunicación ponen como ejemplo a deportistas, artistas o a grandes empresarios de las telecomunicaciones para que los jóvenes salgan de las calles, para que sean personas de bien. Sea cual sea la profesión, regirse por los logros materiales, (que son importantes en la medida en que les damos su justo lugar en nuestra vida), no son el punto central sobre el cual basar la superación y la realización plena de una persona. De obstinarnos en ello, seremos como el pleonéxico, que ignora que el espíritu humano no puede saciarse con las cosas materiales. Nos quedamos en el plano limitado, actuamos como autómatas, sin vivir plena y conscientemente el presente; con la urgencia de acaparar el momento, incendiamos todo a nuestro paso. El punto central sobre el que se logran los cambios profundos en el ser humano es el alma misma. El dominio de nosotros mismos, el ser dueños de nuestros impulsos y nunca esclavos de las pasiones. Parece fácil, pero cualquiera que se haya dado cuenta de esto, sabe que nada puede costar tanto esfuerzo y dolor, puesto que exige ordenar la propia vida, luchar contra los defectos y vicios, trabajar en el fortalecimiento de las virtudes… cada día de nuestra vida. Y pocos están dispuestos a hacerlo.
A sus escasos 20 años, Joao Malek tiene todo lo que un chico podría desear: practicar el deporte que más le gusta en un equipo europeo, una hermosa familia; sin embargo no fue suficiente; las ganas de divertirse, el alcohol, amistades incapaces de hacerlo reaccionar y la irresponsabilidad le llevaron a embestir aquella mañana el auto de María Fernanda y Alejandro.
Infinidad de opiniones sobre cómo se vería truncado el futuro prometedor de este joven en el fútbol si llegase a cumplir una condena. No es posible que la tragedia y el dolor de dos familias pase desapercibido, porque ¿dónde quedan todos los sueños del joven matrimonio? ¿Qué pasa con el dolor de sus padres? ¿Joao es el único responsable en la tragedia? ¿Qué amigo permite a otro conducir en estado de ebriedad o incluso acompañarlo en la embriaguez? ¿Qué es lo que debería hacer en estos casos un padre responsable que verdaderamente ame a su hijo causante de tal desgracia? ¿Qué debería hacer Joao? Con lo imperfecta que es la justicia humana, aún si logra salir bien librado de la situación, ¿cómo resarcir el daño tan profundo en las familias de los hoy fallecidos?
Quizá todos somos un poco responsables de ese dolor que no tiene nombre y que hoy viven los padres de María Fernanda y Alejandro al haber criado una generación cada vez más materialista y menos humana…
“El tiempo es un regalo que Dios nos hace. De él nos pedirá una cuenta exacta” Páter Michel Quoist
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