Sin lugar a duda, la toma de conciencia de nuestra común dignidad, plasmada al menos teóricamente en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, ha sido un gran paso, al caer en la cuenta de que la ley no puede tener cualquier contenido.
Lo anterior en parte explica que hoy la idea de derechos humanos se haya convertido en un auténtico dogma, pues al menos en Occidente (salvo algunas excepciones convenientemente ignoradas), no se concibe un Estado decente que no abogue por estos derechos, lo que apunta a un contenido material específico de sus leyes internas.
Sin embargo, lo que muchos parecen no ver, es que desde hace algunas décadas, varios de estos derechos humanos han ido mutando notablemente, generándose un cúmulo de “nuevos derechos”, que poco a poco han ido eclipsando a los tradicionales (vida, libertad en sus múltiples manifestaciones, propiedad, etc.). De esta manera, la carcaza de los derechos humanos ha permanecido incólume, junto a su prestigio y exigibilidad, pero su contenido ha ido cambiando notablemente, al punto que podría hablarse de una “desnucleización” a su respecto, es decir, que su núcleo fundamental ha sido cambiado.
Esta es la razón por la cual en vastos sectores, el derecho a la vida ya no es el derecho fundamental, base y sustento de todos los demás (que no podrían existir sin él), sino que su lugar ha sido reemplazado por los llamados “derechos sexuales y reproductivos”. Ello explica que para proteger estos “nuevos derechos”, cedan, y a veces dramáticamente, los que podrían considerarse “clásicos” –de ahí el eclipsamiento mencionado–, siendo tal vez el ejemplo más representativo y dramático la pretensión de convertir al aborto en un “derecho humano”.
Ahora bien, ¿qué ha llevado a esta evo(invo)lución? Básicamente, que en la actualidad, los “derechos humanos” han dejado de ser en vastos sectores una realidad objetiva, que en cierta medida hay que descubrir, y han sido sustituidos por los meros acuerdos, en principio de los Estados, al margen de si se trata de algo justo, exigible en la práctica o incluso real. Ello, pues si todo depende del querer –no importa de quién–, este querer puede terminar basándose en las fantasías o los delirios más absurdos o aberrantes.
Con todo, el problema no acaba aquí. Ello, pues incluso reconociendo que el querer, por mucho que emane de los Estados, también podría ser arbitrario, en los hechos, estos primitivos acuerdos han sido paulatinamente reemplazados por el querer de diversos organismos internacionales, creados por los mismos tratados que han establecido el conjunto de “derechos humanos” que pretenden imponerse en todo el orbe. De esta manera, se ha producido lo que podría llamarse un “eclipse del eclipse”, esto es, que los primitivos acuerdos de los Estados de poco valen en la actualidad, al haber sido sustituidos por la libre interpretación de esos tratados llevada a cabo por sus órganos guardianes (cortes, comités y comisiones internacionales), que además, no son controlados por nadie ni tampoco responden sus miembros por su gestión una vez terminada ésta.
Por tanto, los actuales “derechos humanos” se encuentran en un permanente proceso de construcción y reconstrucción y ya no son un “escudo” para defender nuestra integridad, puesto que hoy casi cualquier cosa podría terminar siendo considerada un “derecho humano”.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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