El encuentro: conocer para amar

En «del para qué al para quién» planteé fugazmente una inquietud sobre el sentido de vida y cómo un sentido de vida adquiere mayor fuerza al momento de que toma «nombre y apellido» (o «nombres y apellidos»). «¿Pero no es un planteamiento algo peligroso?», me cuestionaba un amigo, «especialmente por aquello de las codependencias», y me pareció el pretexto adecuado para continuar con la misma línea de reflexiones.

 

Hace unas cuantas semanas tuve la oportunidad de escuchar que, antiguamente, conocer era sinónimo de amar, especialmente en dialectos antiguos. Al poco tiempo leí la misma referencia en el libro «La presencia ignorada de Dios» de Frankl. ¿Coincidencias? No lo creo; más bien, significados.

 

¿Ustedes, de casualidad, aman a mi abuelita? ¿A tu abuelita? ¡Mmmm! ¿Y si al menos nos muestras una fotografía o nos platicas algo sobre ella? Digo, para conocerla al menos… Rápidamente hemos llegado al punto a reflexionar. Para, siquiera, que mi abuelita les caiga bien, es importante que tengan algo de información sobre ella, es relevante que la conozcan.

 

¿Y qué es conocer? Según la Real Academia Española (RAE), conocer, en su primera acepción significa «averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas». ¿Y de las personas? Conocer es un acto de la voluntad, aunque en ocasiones podremos conocer algo de manera accidental, sin embargo, implica una decisión. Podemos llegar a conocer en los tres niveles: superficial, intelectual y espiritual, claro está.

 

El conocimiento superficial es el más común y habitual. Si estando en la fila del banco esperando el momento de que te atiendan, uno de los clientes, para «matar el tiempo» te saluda y te hace plática, por supuesto que lo conociste, no es más un desconocido, sino es alguien con quien has compartido; sin embargo, dicho conocimiento es superficial, dado que sólo intercambiaron algunas palabras sobre algún tema particular. El segundo es el intelectual, y sería como una segunda escala en los niveles del conocimiento, implica el adentrarse en esas capacidades intelectuales de la otra persona; de aquí surge la admiración, pero aún queda muy corto, ya que podremos admirar autores de libros, artistas, etcétera, es decir, conocemos ciertas habilidades, sólo un poco más allá de lo superficial. Y el tercero, el conocimiento espiritual implica ya no sólo una decisión, sino un esfuerzo, no sólo puedo conocer, sino quiero conocer, y para ello se requiere tiempo, dedicación, compromiso. Este conocimiento no «surge», sino que se da, es decir, se logra en base a los actos que realizamos; y tal como dice la RAE «averiguamos por obra de nuestras facultades intelectuales (inteligencia, voluntad, responsabilidad) la naturaleza, cualidades, virtudes, defectos, manías, relaciones de las personas». Sólo el conocimiento espiritual abre la puerta al encuentro, y al amor.

 

Conocer es uno de los fundamentos del amor – y por ende, del sentido de vida – porque «nadie ama lo que no conoce». ¿Cómo no sentirse vacíos si lo «de hoy» son las relaciones superfluas?, es decir, relaciones donde precisamente lo que menos interesa es conocer a la persona, y lo que importa es usar, cosificar. Como dice una frase que seguramente muchos de ustedes han leído o escuchado: «antes se usaban a las cosas y se amaban a las personas; pero ahora, se aman a las cosas y se usan a las personas». ¡Qué frase más reveladora!, ¿y cierta?

 

Y usar a las personas, es una de las causas, no la única, de la codependencia. En la codependencia no me interesa conocer a la persona, sino más bien usarla. Necesitar a la persona no por lo que es, sino por lo que me da. Al final no es amar, es egoísmo, es hiperreflexión. ¿Cómo evitar la codependencia? Saliendo fuera de uno, yendo al encuentro de la persona, por ende, amar. Bueno, sí, hay más por hacer, pero este es el meollo del asunto.

 

Por ello, reafirmando, si conocer es igual a amor, el ser humano habrá de salir de sí para al encuentro de las demás personas, y este encuentro no se da en la generalidad, sino dicho conocer se da en lo particular, es decir, en el conocer la unicidad de la persona, siendo consciente que quien está frente a mí es único, irrepetible e inigualable. En la medida que me halle frente a un yo, se hará un tu.

 

Un encuentro requiere conocimiento, y mientras mayor sea el conocimiento de la otra persona, habrá más apertura para el amor.

 

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