El eslabón perdido: las corridas de toros

«El toro combina simbólicamente, tanto las virtudes masculinas como las potenciales animales necesarias para asegurar la fertilidad. Esta combinación de las virtudes morales y la capacidad física del animal, bajo el patrocinio de la Virgen, de Jesucristo o de los santos, es lo que le da el sentido profundo a la corrida de toros”. Julián Pitt Rivers

Con la Corrida de las Luces se llevó a cabo la reapertura de la Monumental Plaza de Toros México; matadores y cuadrillas acompañaron en procesión a la Virgen del Rosario, hicieron oración encabezada por el canciller de la Arquidiócesis Primada de México que bendijo el serial y después entonaron el Padre Nuestro. La Monumental no escatimó en la organización; una espera de casi dos años llegaba a su fin. He visto casi toda la transmisión donde han surgido preguntas de por qué esto y aquello; sentir pesar por el torero abucheado y beneplácito por aquel que logró una oreja; escuchar anécdotas culturales y religiosas.

Recuerdo las tardes de domingo en que mis padres solían ver las transmisiones de las corridas de toros. Particularmente nunca me llamó la atención la tauromaquia, me aburría y me era indiferente. No entendía esa afición a algo que me parecía cosa del pasado, habiendo ya tanto en que distraerse. Nunca odié la tauromaquia, simplemente no me gustaba y así fue durante muchos años. Con el paso del tiempo hicieron su aparición los llamados animalistas y sus protestas en contra del “maltrato animal”. En 2014 se aprobaría la Ley General de Vida Silvestre que entraría en vigor en 2015 en la que se prohibió el uso de animales en los espectáculos en circos. Un año más tarde, la ley había arrasado con todo, desde la asistencia a los circos, a los empresarios, los empleos y a los animales -a los que tanto decían defender- pues el 80% había muerto.

El animalismo no ama a los animales, es una deformación del verdadero cuidado que ha de dárseles sin que nuble el entendimiento ideología alguna. Los animalistas, feminismo radical y antitaurinos también se han ido sobre las corridas de toros. Y el solo hecho de ver a ese conglomerado atacar la tauromaquia me indicaba que ésta tenía su gran valor (aunque yo no pudiera verlo entonces) y que, de algún modo había que defenderla de la imbecilidad humana que busca prohibirla. Dice el dicho que se conoce una causa por los enemigos que tiene y ante ello, aún si no simpatizamos con esa causa, hay que defenderla. Y en esa defensa, hallaba valiosa información que me ayudaba a conocer sobre el tema y las mentiras  y distorsiones que circulan por doquier.

Para alguien ajeno a la tauromaquia, entender el contexto y dimensionarlo lleva tiempo, sobre todo cuando el bombardeo en contra es incesante y la ignorancia, mucha. Creo que parte de la aversión a la tauromaquia estriba en un creciente y deformado amor a los animales que lejos de protegerlos, les ataca. Invertir las prioridades y dar un afecto a los animales que solo es debido a los seres humanos ha sido nefasto. También el perder contacto con el proceso mediante el cual obtenemos comida: crianza de animales, sacrificio, venta y compra, cocinar y servir. Cuando niña, hubo un tiempo en que la familia crio animales; ver aquello me ayudaría a mantener la justa dimensión de las cosas, me daría las armas contra los animalistas que, décadas mas tarde harían su infeliz aparición en la vida pública.

La tauromaquia en México -y supongo en el mundo- está sobreviviendo a sus detractores, a los animalistas, a las leyes injustas, a las medidas absurdas de una pandemia y sobre todo a la ignorancia e indiferencia del grueso de la gente (de la que fui parte). Atacar algo sin conocerlo es un gran yerro (particularmente cuando en ello van miles de empleos directos e indirectos, los mismos animales y sobretodo el arraigo profundo a nuestras raíces), pero es posible corregir con un poco de disposición, dejando a un lado ideologías que nublan el juicio. Entre el amor a mi fe católica y el afecto por la madre patria España, las corridas de toros fueron el eslabón que solté y perdí durante años, ese que estuvo presente en el mestizaje y que es un símbolo de la hispanidad.

En una alegría inefable, he hallado que el paganismo, la república, el indigenismo, aborto, la mundanidad y el animalismo, tenían un antídoto que había sido proporcionado desde la más temprana edad en el seno familiar: Fe católica, monarquía, hispanidad, vida, familia y tauromaquia. Pero depende de uno mismo abrazar algo para bien y hacer frente al conglomerado de antivalores que nos amenaza, pues no es extraño que muchos de los que hoy atacan las corridas de toros, hayan atacado previamente alguno de los otros puntos. Tras un largo camino puedo decir ahora: -“Sí, me gusta la tauromaquia. Estoy en casa de nuevo”. Una afirmación que me alejará de muchos, pero que sin duda me acercará a amigos muy queridos, estrechando los lazos afectivos.

¡Olé! ¡Que Dios reparta suerte!

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