El funeral de una reina y el recordatorio de la grandeza de la Iglesia Católica

“Estos son los días en que se espera que el Cristiano alabe todo credo excepto el suyo.» Gilbert Keith Chesterton

En el pasado funeral de la reina Isabel II de Inglaterra, se recibieron los respetos de más de 500 líderes de todo el mundo que incluyeron a los presidentes de Italia, Alemania, Francia, EEUU, Polonia, Austria, Hungría; asistiendo las principales casas reales como la de España, Noruega, Dinamarca, Japón, Holanda, Bélgica, así como líderes de la Commonwealth, concentrándose de ese modo el máximo poder mundial. El cortejo fúnebre se llevó a cabo con música de gaitas. La campana tenor de la abadía sonó cada minuto durante 96 minutos, reflejando los años de vida de la reina. La ceremonia fue cantada por el Coro de la Abadía de Westminster y el Coro de la Capilla Real. Hablaron el deán de Westminster, el arzobispo de Canterbury, la secretaria general de la Commonwealth, la primer ministro de Reino Unido y representes de las iglesias de diferentes confesiones. Enseguida dos minutos de silencio, luego el himno nacional británico y la despedida del gaitero de la reina.

Sin duda fue un majestuoso funeral de Estado cuidado con todo detalle: el lugar, la organización, música, disciplina, los trajes militares, etcétera. Y ello no podía más que causar el asombro del mundo, comprensible si tomamos en cuenta que los funerales de estado en otros países (con o sin monarquía) son reducidos casi a una formalidad sin lograr igualar el esplendor visto en Londres. Vale la pena preguntarse ¿de dónde viene este asombro natural y casi general por las exequias de la reina Isabel II? Antes que nada, hemos de ser objetivos y tener presente que en dicha ceremonia no hubo sacramentos, el mejor discurso plagado de buenos deseos por parte de los mencionados asistentes al evento, no sustituye la Santa Misa que salva almas. Dicho esto, esbozo algunos puntos que considero, originan esa admiración y tienen que ver con historia:

En el tema arquitectónico, la fundación del santuario estuvo a cargo de los monjes benedictinos hacia el año 960, durante el reinado de Edgar el Pacífico. Tiempo después, en el año 1051 San Eduardo El Confesor (llamado así por su profunda piedad) único rey inglés católico canonizado, mandó construir una abadía contigua a la que llamó Westminster y así diferenciarla de su homónima del este, la de San Pablo. Fue reconstruida por Enrique III en 1245 con el estilo gótico, característicamente medieval, el cual fue capaz de representar la idea teocentrista de la luz de Dios. En 1503, Enrique VII fundador de la dinastía Tudor, introdujo una nueva capilla dedicada a la Virgen María considerada dentro de la arquitectura medieval tardía. En 1560, durante el reinado de Isabel I, queda bajo la jurisdicción de la Corona como iglesia colegiata a la de San Pedro.

El coro de la Abadía de Westminster tiene sus orígenes en el siglo XIV creado para interpretar durante las liturgias diarias y las solemnidades religiosas. Es considerado el mejor en su tipo. Los niños cantaban con los monjes en la Lady Chapel de la Abadía. Los anglicanos se aseguraron de dar continuidad a la tradición coral. Así que, hace bien en admirar las exequias de la reina anglicana, pero debe saber que lo que usted admiró fueron dos puntos construidos por la Iglesia Católica siendo arrebatados a partir del cisma de Enrique VIII: el primero, la Abadía de Westminster, con un estilo arquitectónico que significó la expresión más alta de fe católica que el hombre haya profesado, aquella que construyó verdaderas catedrales para el Santísimo Sacramento y la celebración de la Sagrada Eucaristía. Y el segundo punto, la tradición coral que formaba parte de la liturgia católica.

A primera vista podríamos decir ¿Por qué no hacemos así las cosas? Entendible si comparamos los cantos en lengua vernácula con estilo pop, incluido de manera ordinaria en la Santa Misa de nuestras parroquias cuya arquitectura se asemeja a veces a la de un buen salón de fiestas, con un coro bien vestido y con formación vocal cantando en una imponente catedral de estilo gótico. Pero nuestra admiración ha de recordarnos o hacernos saber, -si es que lo ignorábamos- que la Iglesia Católica posee la expresión real y majestuosa de liturgia que la iglesia anglicana o cualquier otra jamás tendrá, así que ¿cuál es y dónde está? La respuesta es la Santa Misa Tridentina, oficiada en latín que es la lengua oficial de la Iglesia y en la que se puede escuchar el canto gregoriano. Aunque usted no hable o entienda latín éste penetra el alma misma, disponiéndonos a Dios para recibirle a través de la Sagrada Eucaristía.

Nuestros sacerdotes y medios de información católicos que con particular admiración hablaron sobre el funeral de la reina, deben en justicia hablar sobre la Santa Misa Tridentina, aunque es de comprenderse que no se puede amar lo que no se conoce. Es natural admirar lo que se hace con esmero, sin embargo debemos diferenciar lo bien hecho pero que no salva, de aquello que es la Salvación misma y que una vez encontrada no podemos sino caer de rodillas ante ella. Tiene sentido ahora lo que decía Chesterton:

“Tan fuerte es la Tradición que las futuras generaciones soñarán con lo que nunca han visto”.

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