El grito del enfermo terminal

Alegre, con la cola siempre moviéndose cual campana de catedral, entusiasta, cariñoso, solo le faltaba hablar. Nunca agresivo, constantemente amable (se dejaba amar). Éste era mi perro Cash. Un labrador amarillo que durante 13 años nos dio felicidad. Compañero de mi madre, y gran cómplice desde que enviudó. Acaba de morir, y sí, hoy estoy escribiendo de un animal, un “QUÉ”, no de un “QUIÉN”, sino de un ser vivo que no tiene dignidad como la tiene la persona humana, sin embargo, a pesar de lo anterior estas líneas bien merecidas las tiene este gran ejemplar de la sencillez, el amor y la entrega desinteresada.

Este perro de viejo se deterioró, su cuerpo se consumió diariamente hasta que ya no pudo más y dejó de vivir, pero en el momento en que ya comenzaba a agonizar, y esperaba a que su ama y señora llegara a verlo por última vez, sin importar su estado de salud, no dejó de mover su cola y saludar y agradecer que ahí se encontraba para la despedida final. El médico sugirió una ayuda para que dejara de sufrir, no obstante no fue necesario y solito descansó.

A raíz de este suceso, que no por ser un “QUÉ” deja de ser doloroso, volví a pensar en la eutanasia, en el supuesto “bien morir”. En la muerte asistida que muchos hoy en día en esta era pragmática, defienden y hasta promueven.

Pero peor aún, muchos dicen que si se encontraran en una situación de enfermo terminal querrían que les ayudaran a morir de manera artificial. En discusiones, y conversaciones doy mis opiniones y trato de hacer entender que el dolor y el sufrimiento son buenos, son necesarios para morir. Aun en un animal, podría yo atreverme a decir que se logra ante la observación humana ver la grandeza de Dios y que somos precisamente suyos, hechos a imagen y semejanza de Él y que nada puede darnos ni quitarnos la vida sino es ese Todo Poderoso.

Hay varios motivos que nos llevan siempre a replantearnos el tema de la eutanasia, el primero de ellos es el elevado número de suicidios, que ocurre en el mundo humano desde tiempo inmemorial. Miles de personas desesperadas deciden cada día quitarse la vida para evitar un problema, el dolor o un fracaso.

Esta situación, esta decisión que en ocasiones se dice “valiente” en otras “cobarde” surge a raíz de la depresión que cualquier persona pueda tener. Por ello también la mayoría de estas personas que optan por suicidarse eligen formas agresivas de hacerlo; quemarse vivos, arrojarse por un puente y demás que surgen por una confusión profunda en su mente. Esta conducta es una de las “justificaciones” que los que defienden el “suicidio asistido” utilizan para apoyarlo.

Por otro lado están las vivencias que se han tenido ante el sufrimiento. Si se ha tenido algún familiar o amigo, o quienes trabajan con cierta frecuencia en hospitales, saben cómo muchas enfermedades implican dolores atroces. Ver sufrir a una persona amada no es fácil, sobre todo cuando el médico se rinde y declara que ya no hay nada que hacer por el enfermo. Entonces es cuando queremos que la muerte llegue pronto, primero para evitar al ser querido semanas y hasta a veces años de sufrimiento y dolor, y segundo nosotros no queremos verlo sufrir por nuestra esencia innata egoísta.

Estos dos motivos son poderosísimos para hacer creer que la eutanasia es la solución; La desesperanza y el desgaste del dolor que empujan a los corazones al deseo de la huida, de la rendición, del abandono. Pero hay que reconocer que el suicidio y la eutanasia no son una solución, sino una derrota, puesto que se renuncia al don de la vida. Es un don, no un derecho ni una obligación y ante eso no podemos hacer nada más que aprovecharla al máximo y darle un sentido a nuestro sufrimiento, como hicieron muchos hombres y mujeres en los campos de concentración Nazis. “Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación.

¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es […]. Después de todo el hombre es el ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios” Viktor Frankl. Lo que un enfermo terminal pide, no es que le terminen su vida “dulcemente” según la etimología de la palabra eutanasia, sino un enfermo requiere de cuidados mínimos como son la limpieza, la hidratación y nutrición, pero sobre todo requieren de nuestro cariño y cercanía.

Este perro, este integrante de mi familia, un “QUÉ” un animal, un ser vivo sin dignidad me enseñó que eso era lo que quería, requería la presencia en el hospital canino, de su ama y señora, de su compañera, para así poderse despedir tranquilamente. Cuidados nunca le faltaron, amor nunca careció, pero más allá de un relato de una mascota, la trascendencia que quiero que alcance este escrito es que nos percatemos que la compañía espiritual es un auxilio tan necesario en los momentos finales de nuestras vidas, que cuando carecemos de ellos es cuando nos sentimos perdidos y desesperados, por ello nuestra mente se perturba y comienza a querer ir en contra de nuestro instinto de supervivencia.

Es crucial que trabajemos en la entrega, la paciencia, el desprendimiento material y que nos demos cuenta de ese poder único que tenemos los seres humanos, que es el de tener libertad para decidir, sin importar la circunstancia por la que estemos pasando. Termino con estas palabras que son más que ejemplos de vida en un mundo donde la muerte quiere reinar nuestros corazones: “Estoy tetrapléjica, apenas veo, no puedo hablar, me alimento y respiro de manera artificial y dependo de los demás absolutamente para todo. Mi materia está presa, pero mis pensamientos y sentimientos son libres. Nadie puede pensar o sentir por mí. En eso y sólo en eso soy libre. No falta los que opinan que soy un vegetal y que mi vida no tiene valor ni sentido, pero un vegetal que piensa y siente puede ser capaz de escribir y hacer pensar y sentir a los demás. Cada mañana siento que estoy viva, aunque mi cuerpo está paralizado…” Olga Bejano, nacida en Madrid en 1963 y tetrapléjica desde 1987 a 2008. Cuesta ver sufrir a otros. Cuesta más tener que sufrir uno mismo. Cuesta muchísimo más sufriendo o sin sufrir, estar solos, sin recibir amor, no ser valorados como seres humanos dignos de respeto.

El acompañamiento en los últimos momentos de una vida es lo que en realidad piden a gritos los desahuciados, porque todos tenemos necesidad de ser amados pero sobre todo tenemos la capacidad de amar.

Nos leemos pronto para no quedarnos atrás y ver hacia delante.

 

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