Fue el año 1992 cuando Stuart Long regresaba del trabajo en su moto, sería atropellado por un auto, ocasionándole una conmoción cerebral, tobillo roto y múltiples moretones. Su entonces novia se valió de la Iglesia para ayudar a rehabilitarlo. Stuart recibiría el bautismo en la Vigilia Pascual de 1994 en la cual tendría la repentina convicción de que Nuestro Señor le estaba llamando al sacerdocio. Comenzó a dar clases en una escuela católica de California, para 1997 se muda al Bronx con el objetivo de discernir su vocación con los Frailes Franciscanos de la Renovación que a su vez lo enviaron a la Universidad Franciscana Steubenville en Ohio, donde obtuvo la maestría en filosofía.
Fue en el seminario Monte Ángel que empezaría a experimentar problemas físicos que afectarían de tal manera que poco a poco le dejaría imposibilitado para ejercer su ministerio. Fue ordenado diácono en 2006 y se vislumbraba la posibilidad de que no pudiera ser sacerdote. Desolado, decidió hacer una peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, Francia; en busca de un milagro que curase su enfermedad, pero lo que halló fue la paz que le faltaba. A su regreso, recibió la noticia de que el Obispo George Thomas había decidido –después de discernimiento y la guía de Dios- ordenarlo sacerdote en la Catedral de Santa Elena; para entonces corría el año 2007. El Padre Stuart trabajaría como pocos en su ministerio sacerdotal.
Hace unas semanas se estreno en nuestro país una película basada en la vida de este ejemplar sacerdote titulada “El milagro del Padre Stu” dirigida por Rosalind Ross, estelarizada por Mark Wahlberg, Mel Gibson, Jacky Weaver y Teresa Ruiz. Anunciada por múltiples medios católicos y más tarde recomendada por un sinfín de personas. En medio de una aplastante mayoría de películas de antivalores, pareciera que una película que narra la historia de un sacerdote es un oasis al que aferrarnos, pero no siempre es así dado que “El milagro del Padre Stu” tiene contenido que es necesario observar, (que no es lo mismo que criticar las conversiones de los demás), tenga esto presente.
La película nos muestra a Stu (Mark Wahlberg) como un hombre tosco, de carácter difícil y obstinado que boxea; básicamente no ha hecho nada trascendente en su vida y, una vez que le indican que padece una infección de mandíbula, debe dejar el boxeo. Dolido bebe y visita a su hermano en el cementerio, enojado por su suerte golpea una imagen de Jesucristo. La madre Kathleen (Jacky Weaver) y el padre Bill Long (Mel Gibson) son retratados como el matrimonio en caos que se rompió hace muchos años a raíz de la muerte de su hijo menor. Ahora Bill es trabajador de la construcción cuyo vicio es el alcohol, ateo, soez, el típico padre desobligado y vicioso. Kathleen, la madre que trata de cuidar a su hijo, dándole ánimos.
Conoce a una joven hispana por la que se acerca a la Iglesia y se bautiza. Sobrevive a un accidente en motocicleta, en su recuperación siente el llamado de Dios al sacerdocio que causa el rompimiento de su noviazgo. Entra al seminario, al poco tiempo empieza su enfermedad degenerativa. A pesar de las circunstancias es ordenado sacerdote y lleva a cabo su ministerio en medio de innumerables complicaciones de salud. La película es la opera prima de Rosalind Ross quien también escribió el guion. Lo anterior resulta de trascendencia dado que los diálogos están prácticamente plagados de vulgaridades que, por ratos intentan hacer reír al público y en otros, ridiculizar temas importantes de la fe católica.
Stuart es retratado como un verdadero asno, sin educación alguna, sin embargo, el verdadero Stuart era letrado, se había licenciado en Escritura y Literatura Inglesas. Su padre, siendo operador de maquinaria pesada, viajaba mucho, responsable con su familia, la cual siempre estaba encantada de verlo. Su pequeña hermana Amy decía que Stuart había tenido una infancia feliz. La familia pasó dificultades, sí, pero no era disfuncional, algo que, la película deja plasmado. Vemos a un Stuart que desafía a la jerarquía católica para poder cristalizar su sueño de ser sacerdote y, le llamo sueño más no vocación, dado que pareciera que este es uno más de sus experimentos para realizarse en la vida.
Él sigue siendo el mismo, antes y después de su ingreso al seminario, “denuncia” en su perorata lo “injusta y avariciosa” que es la jerarquía católica por impedir su sueño de ser sacerdote. Otro absurdo es darle un toque de “picardía” cuando manosea a su exnovia al ofrecerle ella su apoyo ante la situación; su reacción cuando por un breve instante se resigna a casarse con ella, ignorando que le van a regalar la ordenación sacerdotal. Pero un sacramento no es un regalo humano, tampoco se otorga por causar más pena al ser una persona con discapacidad, por ser de escasos recursos o porque la diócesis entera lo solicite. Las libertades cinematográficas que se tomo la producción fueron tantas que despedazaron la historia de este sacerdote.
La película está plagada de diálogos vulgares, alguna toma en ropa interior, la crítica/mofa siempre presente a la Iglesia Católica, desde su manejo interno hasta errores deliberados como decir que Jesucristo se sintió traicionado a la hora de su muerte. Todo ello en un afán de agradar a un público no solo agnóstico o ateo sino también a un público católico terriblemente formado. Algunos dirán “¡Vamos solo bromean! Lo que importa es el mensaje”, pero lo vulgar y la critica mal intencionada a la fe católica no es para tomarse a la ligera. Incomprensible que tantos católicos –sacerdotes incluidos- la recomendasen, es de obviar que han hecho una lectura muy pobre de la misma.
Pregúntese ¿Toda argucia cinematográfica o vulgaridad es válida para llegar al corazón de las personas? La respuesta es absolutamente no, puesto que un verdadero cine católico no busca que los demás sientan bonito –al más puro estilo protestante- sino incomodar, provocar conversiones, tal como lo hizo “La Pasión” de Mel Gibson, la mayor producción cinematográfica de todos los tiempos. Ahora pregúntese ¿Cuál era el problema de retratar la verdadera historia de este sacerdote? También estamos necesitados de ejemplos reales de familias que superan sus dificultades, pero ello fue omitido dolosamente.
La película “El Milagro del Padre Stu” es apenas para adultos, no es católica y mucho menos recomendable. No se conforme jamás con un cine de ínfima calidad.
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